Los excesos de prudencia han salvado muchas carreras, también literarias.Una escritura moderada, no ajena a la sensibilidad de editores, lectores y críticos, augura un feliz aterrizaje en nuestro particular Edén, o al caso, en los escaparates de las librerías de los centros comerciales. Seguramente lo sabía Juan Francisco Ferré (perro viejo: Málaga 1962) cuando se decantó por dedicarse a exactamente lo contrario. En busca de los límites de lo decible, acabó frecuentando ese territorio que la filosofía alemana llama inconsciente, y la Wikipedia ha definido como “lo opuesto a lo racional, el lado nocturno del alma humana, el rostro tenebroso de una psique enterrada en las profundidades del ser”. Su adorado Marqués de Sade se hubiera sentido maravillado.
En 2001, Juan Francisco Ferré publica su segundo libro de relatos, Homenaje a Blancanieves, tomando por título uno de los cuentos de la colección. Como el propio autor ha expresado, Homenaje a Blancanieves le supuso un cambio estético y una apertura de sus posibilidades literarias en un momento de agotamiento, y posiblemente inspirara el tono de su más conocida novela La fiesta del asno. Cinco años más tarde, Ferré ha recuperado Homenaje a Blancanieves para incluirlo en un lugar privilegiado de Metamorfosis, su última obra, señalándolo así como una de las piezas centrales de su narrativa. Y dada su condición regente, también como uno de los artífices de su “condenación”.
Homenaje a Blancanieves es como un sueño; nada es exactamente nada, pero todo recuerda vagamente a algo. Un ex ministro es secuestrado por una banda terrorista y confinado en un pequeño cubículo sin luz. Privado de otros placeres sensoriales, sus salidas al exterior para cagar se convierten en sus momentos más deleitosos y anhelados. Tal es así que luego no podrá reprimir cagarse encima de la mesa de un onírico banquete que darán en su honor, el día de su liberación. Príncipes, Guardia Civil, terroristas, vedettes, lentejuelas… detrás de toda la indeterminación urdida por Ferré, se escuchan las resonancias de ETA, los Borbones, el GAL, los zulos, el show de José Luís Moreno, así como otros productos patrios del primer tramo de la democracia. Juan Goytisolo, prologuista de la fiesta del Asno, ya señaló el carácter esperpéntico de la literatura de este autor. Y aún se podría añadir: el sueño de la Transición produce monstruos.
Estos “caprichos” posmodernos se entienden bien desde la categoría de lo esperpéntico, y también en relación con otros autores de la crisis de la modernidad, tal y como señala Manuel Vilas: Céline, Kafka, Sartre, Foster Wallace, Easton Ellis… Pero Homenaje a Blancanieves también puede encuadrarse en otro patrón distinto. En una tendencia que, como nos enseña Umberto Eco en Storiadella Bruttezza, viene de muy lejos, y ha ganado gran presencia en el panorama artístico de los últimos años. Javier Marías lo llamó feísmo, aunque no es necesario llamarlo de ninguna manera. Bastaría con entender por qué Ferré pertenece por derecho a la creciente corriente de creadores (la mayoría plásticos) que exploran las antípodas del concepto clásico de belleza. Su relato carece de causalidad; determina atmósferas límbicas. La minuciosidad descriptiva sirve a lo escatológico; la motivación del protagonista: la coprofilia. El mundo al completo se nos da defectuoso; bajo una óptica aviesa se recrudece el espectro subconsciente de lo inconfesable. Y ahí radica su gran poder estético. Juan Francisco Ferré ha colocado una importante lata de “merde d´ artista” en un número tangible de librerías y bibliotecas españolas.
Evidentemente, Homenaje a Blancanieves, al igual que la obra de Piero Manzoni, provocará el asco natural que cualquier ser humano siente ante la cercanía de sus excrementos. Desmund Morris en El mono desnudo nos aclara que el homínido no está habituado a convivir con su propia mierda, al contrario que otras razas mamíferas, quizás como reflejo de la época arborícola, cuando la caca literalmente se le caía de los árboles. Una vez superados estos atávicos prejuicios, quizás se esté preparado para comprender mejor el relato.
Anécdotas antropológicas aparte, lo escatológico no es sino otro aspecto más de una estética bastante más compleja, que sirve para dotar de gran plasticidad la experiencia de lectura. A través de la carnavalización, el individuo y la muchedumbre escenifican de facto las pulsiones inconfesables que habitualmente quedan confinadas en el mundo inconsciente, generando un cosmos poco habitual en la literatura, pero últimamente bastante reclamado en las salas de exposiciones. Existen muchos ejemplos de esto último (si a alguien le interesa se compedian algunos en un artículo de El País titulado el esplendor de la fealdad). Yo cuelgo aquí dos personales, que a mí me valen para ilustrar mi lectura particular del relato de Ferré. El primero se trata del cómic de Pedro Vera, Ortega y Pacheco que se publica la revista El Jueves, y que forma en su conjunto una peculiar casa ibérica de los horrores. El segundo, una pintura llamada Blancanieves y su madrastra, de la serie “Blancanieves”, obra de la lisboeta Paula Rego, se expuso no hace mucho en una temporal del Reina Sofía.
MIGUEL ESPIGADO
Juan Francisco Ferré es un autor extraordinariamente interesante, últimamente estoy interesándome apasionadamente en todo lo que pueda plasmar su mente en el papel o en las publicaciones digitalmente publicadas. Eso sí, tiene una prosa fácilmente imitable, como el lector avispado habrá logrado dilucidar.
Con mente o sin mente, esa pulcritud castradora tan propia del dómine español, a ver si hay muchos en estas tierras capaces de escribir (o de leer, como hace Miguel) «Homenaje a Blancanieves». Desde luego en otros ámbitos culturales, el uso de la mente no resulta tan perseguido ni acosado. Por algo será que aquí las mentes, por ingeniosas que se pretendan, no brillan tanto, cómo lo lamento…
Gracias Juan Francisco, intentamos hacerlo lo mejor posible. Para nosotros siempre es una satisfacción que a los autores les interesen las reseñas que publicamos de sus libros. Un fuerte abrazo.
Miguel Espigado.