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El mundo reducido a una cadena del ser.
Intento geométrico de ordenación.
Metáfora múltiple.
Marta Agudo. Fragmento.
La reconstrucción, incluso a veces la producción, de la memoria a través del lenguaje es una de las más remotas prácticas del existir humano. La historia, el relato, siempre han acompañado a la experiencia como elemento objetivador y perpetuador de ésta.
Es éste uno de los sentidos en los que se puede leer Agua, último libro de Yaiza Martínez; trama de recuerdos que escapa del psicologismo simple gracias a la palabra poética.
En él, las figuras hermano, hermana, abuela, padre, madre e hijos son evocadas en tanto que sentido final de los textos y objeto directo de éstos, pues a su vez son los que le sirven al sujeto poemático para llevar a cabo la máxima nosce te impsum. Si el hombre necesita de los demás para conocerse a sí mismo es porque, tal y como la autora pone de manifiesto en este libro, somos lo que somos gracias tanto a nuestra propia subjetividad, como a los otros. En este sentido, Agua sitúa a la familia en el lugar privilegiado de «artesano de la identidad» y a la «patria» como escenario o taller del producto «conciencia»
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«El daimon todo lo posee
Uriel y Sócrates se sientan uno en frente del otro
para almorzar, con sus copas de madera,
cada uno en el interior de un saco del ocho»
No en vano, ya al comienzo del libro se invoca a este filósofo para que acompañe al yo poético en el proceso de autoconocimiento. El daimon representa aquí una suerte de conciencia personal a la que se le concede la omnipotencia y omnipresencia de toda esencia divina (leo/ Así habló/ y el superhombre/ debe conocer en su cuerpo/ el sí-mismo de las berenjenas). La diferencia con respecto a otros sistemas y gracias sin duda a la interferencia de ideas como las que residen en los versos anteriores (tanto por la alusión a Sócrates, como a Nietzsche), es que el de estas líneas no trasciende a la manera del Dios cristiano, sino que habita en la simple experiencia del sujeto poético, como garante de existencia y a la vez de libertad sobre uno mismo. Esto es, conciencia y memoria ordenadas en el lenguaje con la simple intención de conocer.
Así, el poema es visto aquí igual que la figura geométrica era entendida por los primeros físicos en relación al cosmos. El «sólo sé que no sé nada» no significa simplemente que ya hay algo que no se sabe; la propia ignorancia, sino también que se es capaz de expresar y disponer en armonía con la naturaleza ese pensamiento.
Esta idea ya estaba presente en el anterior poemario de Yaiza Martínez en versos como:
Mirar las fisuras lingüísticas
resistiendo
el temor a la oscuridad
Un fuego que expira humo barre la mente y otorga
geometría
La geometría equiparada al lenguaje es la que posibilita asumir certezas sobre la naturaleza, principio y causa de todo (tal y como la entendían esos primeros físicos griegos). Esta ciencia que se ocupa de las propiedades del espacio permite conocer de forma segura ciertos aspectos del universo con los que la comprensión de éste y de su organización se hace certera. Es de este modo, con la equiparación entre geometría y lenguaje, como el problema del conocimiento cobra importancia en el conjunto del poemario, cuando el lector comienza a relacionar el «verlo todo por primera vez» del comienzo del libro con el «para llegar a ver» al que se hace referencia más tarde; diferencia entre el ver y el mirar, la percepción y sus condiciones de posibilidad. De ahí que las certezas del lenguaje no alcancen el estatuto de las cosmológicas, de las físicas, puesto que únicamente son certezas prácticas y útiles con las que manejarnos en el medio: «-qué gran valor el de los muertos, fuera del espacio, habitando el lenguaje-»
«Así conoceremos el destino, en el transcurso del lenguaje,»
Relacionado con esta idea de escritura como autoconciencia, encontramos al viaje, elemento en extenso tratado por otro lado, en esa práctica del escribir. Así, se sitúa al final del libro de Yaiza Martínez un conjunto de poemas reunidos bajo el epígrafe «Hégira». Si entendiésemos esta palabra en el sentido de huída, la de Mahoma y la comunidad musulmana de la Meca a Medina, como suele hacerse, perderíamos todo el sentido de conjunto que tiene el libro. Muy por el contrario, la hégira del sujeto poético, al igual que la de los musulmanes, es una migración, un cambio de espacio, que va a permitir la conformación de una identidad libre (esa que posibilitaba el daimon como símbolo de paternidad y libertad). El viaje de Sharon, sujeto de la acción al que se pone nombre (igual que el de Yaiza: «y supiste que Yaiza era sólo un nombre» o el de cualquier inmigrante en patera), desde su particular isla de Ávalon será el que prosiga ese interminable proceso de conocimiento que comenzó al nacer: «un cuerpo empieza otro cuerpo/ en la carne presenta el agua infinita»
«Aquí o allí el resto de los mundos
-dice-
pero yo desciendo
porque tú me esperas.»
Con todo ello, el sujeto poético que «desciende con el libro» nos ofrece un conjunto de versos con los que entrar en una especie de trance que sigue el ritmo de la naturaleza.
ROSA BENÉITEZ.