La tierra,
bajo mis pies,
no es más que un inmenso
periódico desplegado.
A veces pasa una fotografía,
es una curiosidad cualquiera
y de las flores surge uniformemente
el perfume,
el buen perfume
de la tinta de imprimir
ANDRÉ BRETON, Poisson soluble
I. Caminar tiene la peculiaridad de ser un verbo transitivo e intransitivo al mismo tiempo. Sin embargo, escribir es un verbo totalmente transitivo y transitable, pues mientras se realiza la acción, se va dejando un rastro que más que un objeto textual, es un recorrido marcado. Y en ello reside la posibilidad de recrearse lúdicamente: pasar una y otra vez por encima de la obra escrita, pisotear el texto en cada lectura. Así se nos presenta Mis dos mundos, como un recorrido que cuestiona no sólo las fronteras entre lo real y lo ficcional en su topos más literario (¿vida como superación del arte?), sino las posibilidades contemplativas con las que la percepción vincula la presencia real, la memoria y la imaginación. Y sobre esta idea estética deja su huella la poética de un flâneur llamado Sergio Chejfec que, como dato reseñable, es el mismo que (se) escribe. Su errar es, sin lugar a dudas, el de un escritor que busca percibir en sí como creación y el de un hombre que huye de su hastiado encierro vital: «Debo decir que fue esta sensación de encierro dentro de una continua marea de gente la que me llevó a pensar en la existencia del parque que me gustaría visitar. Pensaba en la justicia de que se produjera una compensación». Frente a una cuestión de habitación, de un espacio del estar (la ciudad, de la que sabemos que está situada al sur de Brasil y en la que se celebra una feria del libro), un espacio del andar, que es la esencia del nomadismo. La ciudad queda constituida como paisaje surgido de la contemplación del nómada-narrador, diferente del plano de la ciudad, provocando así la pérdida del sentido de la orientación cuando escribe el narrador «pude notar que cuanto más miraba el mapa, menos lo entendía». De esto mismo ya dejó constancia Walter Benjamin cuando recordaba también por escrito en Una infancia en Berlín hacia 1900: «importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere un aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte». Lo que tenemos aquí es una in-comprensión del presente por lo que la lectura de las calles, de sus nombres, supone, por un lado, un control y un dominio, y, por otro, un vacío en el cual los recorridos no se corresponden con la percepción múltiple en la memoria del narrador, es decir, la imposibilidad de cambiar de lugares. Por esta razón se repite, en más de una ocasión, el mismo recorrido por un paisaje reconocible (del hotel a la plaza donde se ubica la feria del libro) y perceptiblemente agotado («casi ninguna cosa veía, nada que pudiera encontrar como consuelo o inspiración») en el que poco importa el punto de partida y el de llagada, si no es el de la recreación sobre los mismos puntos de referencia (puestos de libros y puestos de comida grasienta). Así, la caminata se convierte, en las primeras páginas de Mis dos mundos, en un automatismo que se distancia del di vagar para estar más cerca de un estado de soledad y decepción… «en realidad ninguna caminata me ha brindado auténticas revelaciones […] en el pasado cuando los caminantes sentían reencontrarse con algo que sólo se ponía de manifiesto en el trance de andar, o creían descubrir aspectos del mundo o relaciones en la naturaleza hasta ese momento ocultas». La decepción apunta aquí a un nihilismo («nostalgia vacía») en cuanto que es difícil, si no imposible, construir (artísticamente, escribir) un acontecimiento realmente presente y verdadero. La escritura que describe percepciones de un lugar a otros sería, en este sentido, parte de esa frustración narrativa.
La ciudad como paisaje-laberinto, en cuyo centro se encuentra un parque, se convierte, pues, en el único lugar para la abstracción y la transformación de las infructuosas impresiones urbanas. Comienza aquí una distinción de los dos mundos a los que el escritor hace ya clara mención en el título de la obra: un presente que se describe y una realidad imaginada a él adscrito. Los contrastes entre la multitud de la ciudad y la soledad del parque, esto es, entre lo habitado y lo deshabitado, cobra importancia a la hora de crear de nuevo (caminando, observando) donde apenas hay nada: «Quise olvidar el motivo de mi visita a la ciudad y hasta me tentó la idea de olvidar mi propio nombre y tratar de ser otro, alguien nuevo […]. Sólo digo que ser otro significaba no tanto un nuevo comienzo o una nueva personalidad sino más bien un mundo nuevo». Entonces, esta contraposición, cada vez más evidente, entre un mapa físico y una idea de recorrido nos pone sobre aviso, no sólo de dos realidades en tanto que espacio, sino de una concepción del caminar como preparación mental, lo cual indica también una ampliación temporal. Sin embargo, tal diferenciación lo es desde esta asunción crítica y no tanto desde la obra, ya que ambos mundos, el real y el recobrado, parten de una sola percepción.
II. Recordando los paseos dadaístas o las conocidas derivas situacionistas por el Paris de los cincuenta, el acto de andar abandona, en cierto sentido, la «zozobra del caminante» para convertirse en un acto de re-conocimiento (con valor estético) a través de la vida, y no del arte, como en la explicación del readymade urbano de Saint-Julien-le-Pauvre. Al igual que la manera de operar no material de los dadaístas, Chejfec trabaja con las imágenes: «en las caminatas una imagen me lleva a un recuerdo, o a varios, que a su vez imponen otras evocaciones y pensamientos conectados, muchas veces azarosos, etc.». De los dadaístas tan sólo quedó el registro documental (fotografías, octavillas y artículos), en cambio, de Chejfec obtenemos un documento con distintos registros (de lo autobiográfico a la ficción total sin haber en ello una separación explícita). Lo percibido, entonces, por el narrador, deja de tener una referencialidad directa sobre el objeto o el paisaje descrito, para pasar a ser imágenes provenientes de diferentes espacios y de momentos distintos: lugar de la memoria. Una conexión que nos lleva a cuestionar la realidad de un mundo constantemente percibido por nuestra permanencia en él. Así, Chejfec construye (escribe) su propio territorio (su obra) a través de intuiciones de ida y vuelta, pues una vez iniciado el paseo mental, vuelve discursivamente al punto de partida que provocó su inicio. Kantianamente encontramos un «siento que el caminar carece de objeto», con lo que es evidente que la comprensión del narrador-Chejfec es una cuestión de imaginación, de fabulación («entonces la caminata pasa a ser un asunto inventado»), una actualización de la realidad que por serlo ya no es tal. La intuición es su medio de creación.
La relación que se establece entre la mirada y el objeto, sirve al narrador para llevarlo a las profundidades de la subjetividad en la que la intuición, más allá del propio objeto, reconoce seres (queridos), lugares (sentimentales) y presentes (que son recuerdos). Las conexiones entre las realidades percibidas y las realidades imaginadas funcionan como bisagras entre los dos mundos dentro del texto. Un ejemplo de esto ocurre cuando, una vez en el parque, se encuentran el narrador y un anciano: «Recordé aquel ruidoso sorbo al pensar en el suspiro del anciano». La asociación a través del sentido auditivo -la magdalena de Proust hasta en las orejas- del suspiro para ser conducido al familiar ruido de alguien que absorbe mate; trayecto de una realidad extraña hacia la imaginación familiar. La cuestión del mundo imaginado da la oportunidad, una vez distanciados de lo real, a la ficción. La doble distancia entre la percepción de la realidad que lleva a lo imaginado y la de este acontecimiento recordado respecto a su suceso pasado es, quizás, la que hace de este texto una novela.
III. En otros momentos esta distancia se extrema hasta alcanzar un exterior o una especie de estar fuera de sí, estar en lugar de otro, pues hay un proceso de transformación en el propio hecho de la descripción. Tal y como teorizara José Gil respecto a los paisajes de El Libro del Desasosiego de Bernardo Soares, el narrador de esta novela pasa a ser él mismo el parque descrito, incluidos personas, animales y fuentes. Y, claro está, hay un regreso del «éxtasis» perceptivo: «todo seguía en su lugar cuando me despabilé», por lo que debemos dar cuenta de un flujo de sensaciones continuamente abierto entre los diversos (ya no dos) mundos. Éste flujo es el camino, el divagar, el recorrido, el tránsito. La intensificación de la percepción provoca que la visión del paisaje exterior se mezcle con las sensaciones interiores del narrador (José Gil). Tal hibridación de sensaciones logra que de un paisaje definido, escena, se esboce un nuevo mapa: «comencé a imaginar un mundo hecho de líneas punteadas». El resultado pre-pictórico es el de la pérdida del dibujo y la extensión de las manchas de colores más allá de sus límites. La difusión de las formas hacia el esquematismo impreciso (o impresionista) tiene que ver con el movimiento hacia fuera de la realidad paisajística del parque en dirección a los recuerdos dispuestos en la escritura poética. Recorrido, pues, de la imagen a la escritura.
Los errabundeos de Chejfec se escriben artísticamente al contar, aparentemente, con un espacio real (la ciudad brasileña sin nombre) y un tiempo concreto (días antes del cumpleaños del autor, pero sin la fecha apuntada) en donde circunscribirse. De esta incursión queda Mis dos mundos, un texto que no parece una novela y que, por lo tanto, no percibimos en una primera lectura condicionada, pues ésta, como recorrido convencional, necesita también de otras muchas (e imaginadas) lecturas que rompan con cualquier idea de pacto de ficcional. De lo percibido empíricamente al reconocimiento imaginado, los estados de la imaginación del narrador se convierten, como dice Franco la Cecla, «en una especie de máquina a través de la cual se adquieren nuevos estados de conciencia» en los que poder habitar.
ANTONIO J. ALÍAS
«Es importante establecer una una distinción entre los conceptos de errabundeo y nomadismo.(…)
Mientra el nomadismo se desarrolla en vastos espacios casi siempre conocidos, y presupone un retorno, el errabundeo se desarrolla en un espacio vacío todavía no cartografiado, y no tiene objetivos definidos. En cierto sentido, el recorrido nómada constituye una evolución cultural del errabundeo, una especie de «especialización» del mismo.»
Walkscapes.
Francesco Careri.
Gustvo Gili.
Por lo que comentas, el autor de este libro recorre un espacio conocido (nomadismo) desde el que construye un «otro espacio» que crea, un «otro(s) mundo(s)» por cartografíar (errabundeo) y que se revela no en el medio físico sino mental, aunque también es la escritura el medio de revelación de este errabundeo mental. Sin embargo, la escritura se rige por unas normas de puntuación, no puede ser errabundeo total en un sentido estricto. Acabaría en la escritura automática en la cual la carencia de sentido podría igualarse a la multiplicidad de sentido: la nada multiplicada por infinito.
En fin, no sé muy bien a dónde quiero ir a parar pero la lectura de tu texto me ha sugerido este otro.
Salú-2.
Gracias por tu comentario, Fram. Sí, el texto de Careri ha pasado varias veces por mis manos, me gusta mucho y algo de eso se manifiesta en esta reseña. Tienes razón en que la escritura no puede ser el errabundeo total, sin embargo yo me he querido referir a la escritura como recorrido(marcado, registrado) nómada, desde el cual no surgirá el errabundeo mental, sino que tal errabundeo, en tanto que memoria, quedará fijado textualmente… Un saludo.
Antonio J. Alías
hey que buen escrito!
hace un tiempo escribimos con un amigo un ensayo con una tematica similar, quizas se encuentren puntos de cruce. dejo el link
http://algunosescritos.wordpress.com/2008/06/23/apuntes-para-pensar-caminando/
saludos
y felicitaciones por el blog