Carne enamorada. Materia convertible
Como una fina y quebradiza
cáscara
José Watanabe
Mientras hablamos, cae el crepúsculo sobre el río
Y desciendo solo, en la nieve helada
Li Bai
Si El vino de los amantes (Hiperión, 2001) era un libro consagrado al amor carnal, al sexo y su belleza, Nos han dejado solos (Pre-Textos, 2009) es un libro de los tiempos muertos (para el amor): ya no hay delirios paralelos (Baudelaire), ni amour fou en estas páginas. Releyendo ambas obras se confirma la sospecha: “algo ha cambiado/ irremediablemente” en la labor poética de Rafael Espejo. Al menos así lo sugirere este otro paisaje poético, que es también de amor, pero de otra forma, donde el deseo ya no es impulso que corre, sino impulso retenido, aplazado.
Porque no urge la posesión (“No vengas esta noche./ Voy a pensar en ti”) es éste un amor que se vive sin prisas, despreocupadamente.
“Saciados el estómago y el sexo,
¿qué queda?”
Visto así, pasado el tiempo, resulta irónico el cierre de su anterior libro, UNA PAUSA, el último poema. Un intervalo de ocho años que parece haber dejado huella (también ha borrado otras) proyectando un sentido de apertura que se agudiza en este libro de un modo notable. No parece que lo habiten ya los mismos referentes (recuérdese aquella nota de agradecimientos, extensa, sentimental), o por lo menos no del mismo modo. En este sentido, es mucho más llamativa ahora la familiaridad que se percibe en relación a algunas tradiciones orientales (Wang Wei, Du Fu o Li Bai) sobre todo si atendemos al tratamiento de la naturaleza (“la existencia más pura es la del agua”). Aunque aquí lo verdaderamente significativo sea la proyección de una mirada que parece volverse hacia la muerte, no como tragedia del destino, sino como descanso (“quizás fluir agota”) en un ciclo natural que se renueva:
“al vientre de la tierra
lo que salió
del vientre de la tierra.
Sólo un envase soy:
sin mí continuará
a ciegas su aventura la energía”
Tal y como vemos, la voz que transita este libro es consciente de la caducidad de todo cuanto le rodea, aquello que le excede pero de lo que también forma parte, “También yo soy planeta./ Valgo lo mismo que una mosca,/ que una encina, la lluvia”. Pues es ése el movimiento fundamental de la Tierra (caverna, útero): “engullir y manar”; el desgarro de la vida.
“Y no soy yo quien habla
sino la voz del mundo,
que se sirve de mí para aliviar
tanta ley física,
tanta contingencia.
La ociosa gravedad de cuanto va existiendo.”
Pero sin elevaciones. Rafael Espejo propone aquí una extraña mística a la que sólo se accede a través del cuerpo (del cuerpo a cuerpo), incluso a pesar de tener bien asumidas sus límitaciones: “no puedo amarte más, no soy tan físico». Se da lugar así a una experiencia que podríamos considerar impar y a la que, por eso mismo, no puede alcanzar el verbo. Lo vemos de forma más clara en el poema “ejemplos de lo que no te digo”, donde se expresa perfectamente esa tensión entre lo que se dice y lo que se dice de este otro modo (carnal, sensitivo). La concreción de una renuncia abierta hacia la palabra por ser justamente eso, palabra ya pronunciada y pública; porque el amor es “un sentimiento usado ya por otros”, banalizado y sin exclusividad. Hace falta pericia, pero también mucha distancia, para lograr hablar de amor a estas alturas. Lo dijo Eco a propósito de esa estrategia de ilusión que es la ironía: a pesar de Líala te amo desesperadamente.
La clave de esto mismo no estará en prodigar grandes construcciones (eso es sólo exceso de azúcar) sino en conquistar lo más intenso (aquello místico) a través de lo simple corporal: una caricia, un beso “a carne cruda”. Así lo leemos en el poema: “los cuerpos se comprenden/ mejor desde los cuerpos”. Porque no se trata ciertamente de aprehender la plenitud en cuanto tal, sino de lograr habitar plenamente ese hueco (elipse) que es uno mismo, rastreando los espacios íntimos donde ya no se encuentra el yo, pero desde donde aún puede contestarse.
Podemos decir entonces que la elipsis es aquí uno de los principales puntos de articulación formal y semántica de Nos han dejado solos. Un libro donde los versos, más limpios ahora, más depurados, dialogan de forma constante con el espacio creado en torno a ellos. Lo mismo ocurre con los sujetos, entidades vacías que saben revertirse uno en el otro y viceversa. La intervención de esos efectos retroactivos (los sentimientos, nos dice Carlos Castilla del Pino) que hacen de los amantes materia convertible: ajuste y adaptación, iniciativa y flexibilidad.
Aunque, ahora bien, cabría replantearse esa vieja idea que tradicionalmente ha venido asociando el lenguaje emocional al lenguaje extraverbal. Más aún a la luz de estos poemas, donde la cuestión ya no se mantiene sólo en tales términos, sino que al mismo tiempo es trasladada a su polo inverso, porque decir es siempre decir de una determinada manera. Y esto es algo que no llega a resolverse. Por tanto, qué hacer entonces, cómo explicar ese insólito momento en el que un cuerpo escapa por la boca cuando besa, para lidiar así con sus desgastes.
“Acaso esto te sirva:
dos hondas soledades, tan hondas que sin fondo,
se encuentran y se entienden
en comunión exótica,
en comunión humana sin piedad ni sentido”