Desde una cierta perspectiva, el título de este libro parece encerrar una paradoja. Primero, game over es una expresión que va estrechamente ligada al género de los videojuegos, quizá no tan usada actualmente como hace unos años, pero perfectamente reconocible por cualquiera de nosotros y asimilable a ese (familiar) sentido de “juego terminado”. Segundo, porque game over era el pantallazo irritante que nos recordaba que no habíamos sido capaces de superar el reto versus la máquina (una Xbox 360, por ejemplo). Esto es, el lema moderno de la derrota cotidiana y lúdica, que aquí como emblema del libro nos plantea una sospecha. Aunque es cierto que no siempre esta voz (game over) se ha utilizado para indicar que la partida se ha perdido, el hecho de que aparezca como título del poemario hace que iniciemos su lectura sabiendo que es ésta una partida (vital) que hemos de dar por perdida de antemano. No en vano el título viene marcado en la cubierta con letras rojas, capitales, proyectando así ese código polisémico, plural, que nos obliga a entenderlo como broche final, pero al mismo tiempo como comienzo, de una extraña andadura a través de dos posturas en apariencia contrarias, pero que lejos de excluirse se complementan.
Por tanto, si partimos de la idea de una derrota, la primera oposición que se nos viene a la mente es la de la muerte, aunque éste sea un tema que aquí no llega a tocarse sino de forma tangencial. Y es que se pretende algo mucho más complejo, aunque no por ello menos tópico, a propósito de la dialéctica del tiempo y la belleza en un battle ground hecho carne: el propio cuerpo.
“tu juventud, la máquina perfecta,
igual que un día festivo el tiempo mide”
Pues así de efímero y radiante es ese momento de intersección en el que ambos resultan favorables. El feliz instante en que uno es indiscutible con su cuerpo y “tan sólo aquello que te da placer / lo tienes merecido. Vicia el ánima”.
“[…] un atleta joven
perdido en la derrota, avergonzado,
él ya no es uno de los elegidos:
el resto de sus días son el resto”
No se trata entonces de proyectar dramatismo, nada más alejado de estas páginas. No olvidemos que la voz poética que subyace (y que rara vez le concede espacio a la primera persona) es la de un espectador. La de aquel que ahora vive “su resto” celebrando la belleza fulgurante de los otros; aunque también la propia, pero de entonces. Como leemos en el poema que da título a este libro: “No importa haber llegado al final, / los músculos que fueran necesarios,/ o los entrenamientos, lo sufrido, […] no importa o sí: yo soy un espectador”. Tanto la belleza como el tiempo se entienden aquí como signos de competición, cuya expresión fundamental se concentra en la gimnasia, en el ejercicio constante y obediente de los cuerpos. En este sentido, Game over puede leerse como un canto a la fulguración del músculo domesticado, experiencia distinta de triunfo (“Un triunfo es cada músculo y lo sabe”). Porque la belleza humana, y por humana, imperfecta, deja aprehender la plenitud corporal hasta el punto de llegar a invertir los procesos naturales: “aquí los músculos dan brillo al sol”.
Es una poética que en cierto modo nos recuerda (mucho en ocasiones) a algunos momentos de la obra de Juan Antonio González-Iglesias a propósito de la belleza y los cuerpos atléticos, flexibles. Una opción que se percibe de forma clara en los poemas “Boulder Campus”, “Yo” o “Una playa en Los Ángeles”, aunque éstos sean sólo algunos ejemplos. Hay unos versos significativos a este respecto:
“En la necesidad de la existencia
alguien nos define como
una proporción que transcurre.
Siguiendo a Anaximandro,
de donde las cosas tienen causa,
allí su perecer,
limitan como Eurípides la carne,
que piensa en la gimnasia,
en sus forzados movimientos contra
natura como seres
inútiles a la comunidad.
Y descubren la concepción del mundo
el 420 antes de Cristo:
que también los hermosos fueron baba.”
Porque tiempo y saliva son al fin y al cabo algo parecido: devenir, flujo constante. Por eso ambos celebran la juventud como excelencia de lo bello. Pero no de lo bello idealizado, sino de lo bello “no jerárquico, ajeno/ a las categorías”, en palabras de González-Iglesias. Como leemos en el libro de Pérez Cobo, la principal utilidad de un cuerpo que es y ha sido “comprendido” es dar forma a muchos cuerpos, pretender la plenitud. “Lo esencial: sentirse bien”.
Hablamos, por tanto, de dos magnitudes, la lírica y la corporal, que se realizan como formas de expresión en la idea de acto. De ahí la correlación metafórica entre la práctica literaria y la práctica gimnástica que hace de estos poemas realización de un ejercicio sintáctico. Así los encabalgamientos e hipérbatos, las discontinuidades abruptas: tablas gramaticales-aeróbicas; algo similar a lo que ocurre con la heterogeneidad de sus deudas e intertextos (Pink Floyd, San Juan de la Cruz, Demócrito), que en estas páginas conviven como tradición hecha signo actual y actualizado de nuestro tiempo, según vemos de forma más concreta en los poemas “Pandora, cajera de supermercado”, “National Geographic Channel” o “Un mundo feliz”. Unos textos en los que se revisa la actualidad de los ecos clásicos al tiempo que se recorre el espacio que media entre la imitatio y el simulacro (donde sí se percibe cierto tono de denuncia).
“sin la Naturaleza nada es”
Entre el tempus fugit y el carpe diem (“el mundo es inmediato y decidido”), a lo mejor ya nadie se cree la letra de Manolo Otero cuando cantaba “Tengo todo el tiempo del mundo…”.
¿Insert coin?