Fernández Mallo ya había manifestado de forma escueta la pésima opinión que le merece el panorama poético nacional, pero nunca hasta ahora había sido tan sistemático ni osado en sus ataques como en Postpoesía, que además de un ensayo de estética, se revela como un misil dirigido directamente contra la práctica totalidad de los poetas, editores y críticos que operan en el campo de la poesía nacional de nuestros días. Con ese doble objetivo, el autor defiende su propio programa literario como antídoto para la renovación de una poesía falta de libertad, dominada por un stablishment corporativo y castrador, ensimismado en su propia tradición e incapaz de abrirse a los discursos que dominan otras esferas creativas, como la ciencia en el arte contemporáneo. Para argumentarlo, se vale de una oposición binaria que divide ese escenario entre “poesía ortodoxa”, donde engloba casi al conjunto de la poesía española, y la poesía postpoética, paradigma estético que los lectores habituales del autor ya conocerán, por corresponder a las directrices que viene aplicando en sus últimas obras literarias, y por los artículos anteriores que ya publicó al respecto.
Hay partes muy interesantes en Postpoesía, que profundizan en los planteamientos estéticos que Fernández Mallo aplicó para construir la narrativa que, en palabras de su editor “ha generado más reseñas y debates literarios de los últimos años”. Con prosa rítmica y clara, Mallo desglosa con originalidad nuevos enfoques para comprender la disección entre alta y baja cultura, entre lo natural y artificial, lo privado y lo público, la literatura y el mercado; nos habla de las estructuras rizomáticas, de las redes, del trabajo literario con spam, de la reelaboración contemporánea de la tradición; establece explicaciones sobre su concepción de la literatura valiéndose de perspectivas científicas y filosóficas, como los conceptores, la no secuencialidad y el orden-lista, la deriva o el falsacionismo. Continua, además, conectando a los lectores con expresiones del arte contemporáneo, ayudándolos a replantearse una nueva relación con la ciencia, más provechosa que su tópico encumbramiento como gran discurso legitimador de nuestro tiempo. Como Nocilla Dream, Nocilla Experience, o su blog, El hombre que salió de la tarta, el nuevo libro de Fernández Mallo constituye una prueba más de la vitalidad de un escritor capaz de ofrecer algunos de los materiales más divertidos, originales y artísticos del panorama. Por eso nos preguntamos, ¿qué necesidad había de liarse hablando de “nuestros poetas”?
De todos los enfoques posibles para definir la estética postpoética, su creador ha elegido realizar la clásica comparación de corrientes dentro de una tradición patria, recuperando esas píldoras de conocimiento de “poesía de la experiencia” y “poesía de la diferencia”, para empaquetarlas en la aún más fantasmal “poesía ortodoxa”. Sin aportar ejemplos ni distinciones de ningún tipo, con esta macro-simplificación se pretende tipificar una vastedad de poesía que aparece reducida a una lista de rasgos generales (o más bien, carencias y miserias) que debemos dar por válida, del mismo modo que, en los vetustos cursos de Filología, nos vendían una lista de rasgos para despachar dos siglos de literatura, al que luego daban títulos como “el Barroco”. Esa voracidad aglutinadora tenía sus ventajas: no hacía falta leer un solo libro: bastaba con creer a pies juntillas esas versiones secundarias para dar por sabida toda la literatura española en solo cuatro años. La literatura, relegada por la Historia, terminaba reducida a temario de oposición.
Lo esperanzador es que esa mala educación parece haber avivado en muchos un espíritu crítico que les ha llevado a desconfiar de esas crédulas generalizaciones. Así se demostró cuando, hace dos años, un grupo de escritores emergentes se opuso a ser conocido como “la generación Nocilla”. De alguna manera se intuía que la aceptación de esa etiqueta suponía dar vitalidad a una generalización que borraría sus diferencias, que discriminaría su originalidad individual para priorizar un discurso único que acabaría por condicionar la lectura de sus libros, o aún peor, que acabaría por sustituirlos. No hacía falta mucho más que su cooperación para que la inercia historicista los convirtiera en un capítulo perfecto: una pieza inmejorable para esa causalidad de corrientes y contracorrientes que se suceden en un ámbito estrictamente nacional, y que hasta hace poco parecía el único modelo posible para comprender la literatura. Si algo aprendimos algunos de esa polémica es que la literatura que ofrece una mirada diferente de la realidad, no se puede comprender si es mirada desde los viejos balcones neoclásicos del conocimiento. Y eso es lo que no puede comprenderse de Postpoesía; que Fernández Mallo, para explicar una estética de vanguardia, conectada con las líneas de actuación más renovadoras de la ciencia y el arte, la haya convertido en una corriente nacional, definida por oposición binaria con la fantasmagórica “poesía ortodoxa”, que se nos presenta como abstracción carente de referentes, buena solo para mantener una lucha entre dos bloques con que sostener el hilo argumental.
Al margen de esa crítica, los lectores de ensayo más curtidos deberán decidir si les convence este texto que ya en sus primeras páginas se nos anuncia como “puro experimento, siempre incompleto y más lleno de fragmentos que de sistematología (…) una investigación por inducción analógica, en absoluto científica al uso”. Sobre todo cuando Fernández Mallo se sustenta en discursos filosóficos y científicos que, en lo que a sistematicidad se refiere, se escribieron con un talante muy diferente, más bien para ser comprendidos y ampliados de forma sistemática y rigurosa, no analógica ni metafórica. ¿Libertad artística en un ensayo? ¿Apropiacionismo ensayístico? Cuanto menos, Postpoesía logra cumplir con su programa de hibridación de la literatura con las artes, provocando la misma pregunta que inauguró el arte contemporáneo. Estamos llamados a preguntarnos sinceramente, sin sombra de ironía ¿esto es pensamiento? Quizás, en la dinámica irresoluta de esa duda, Postpoesía alcanza su mejor efecto.
Lo he leído. El texto es un un batiburrillo de Deleuze, Barthes,Eco entre otros. Un protoensayo que termina en nada, como su obra narrativa. la literatura noes cuestión de teorías, es forma. Y no se puede hablar de la literatura ortodoxa como si en ella no hubiera poesía ni literatura.Lo que no entiende el autor es que eso que él llama literatura ortodoxa es literatura.
la literatura no puede tener, por analgía, el mismo desarrollo ni la misma evolcución que otras artes. Porque ¿qué pasa con la música? ¿y la pintura?
Está mal escrito por momentos, repleto de imperfecciones y rmóras sintácticas. No aporta nada. Sus indagaciones quedan sin ejemplificar, como bien dices. En fin… no todos pueden publicar en Alfaguara, menos mal. Salud.
Estoy bastante de acuerdo contigo. La misión de Mallo parece ser la de crear polémica y ya está. En su ensayo hay mucha antigualla e ingenuidad. No tiene conciencia hermenéutica de lo que es un texto.De todos modos, hay que analizar una cosa ¿qué está ocurriendo patra que un físico se ponga a teorizar sobre poesía?
Estimado Tomás: dices que la literatura no es cuestión de teorías sino de formas (te contradices), y yo, tu humilde lector, he acabado tan cansado, aburrido y deprimido de tus lecturas y recreaciones de Máral, Kertész, Walser, etc, que no entiendo cuál es el disfrute de esa suerte de teorías y lecturas que conforman tu visión poética. Aunque, tal vez, para comprenderte, se requiera de una capacidad de análisis que no tenemos los que sí disfrutamos con Fernández Mallo.
Hola, José. No entiendo el motivo de tus palabras sobre Walser, Márai o Kertész. Además, no hay un elemento más literario que la contraicción, ella es connatural a la creación literaria.
Solo intentaba explicar, escuetamente, es cierto (y ello lleva a simplificaciones), que uno puede lanzar teorías sobre la literatura, pero que son las obras las que deben dar realidad (formal) a las ideas. El debate sería largo, desde luego. En resumidas cuentas, no puede uno quitarse de un plumazo siglos de literatura con un libro en el que, se quiera o no, son las teorías de autores filosófía las que se utilizan. ¿Dónde quedan, Steiner, Caludio Guillén o García Berrio u Octavio Paz? Eso es lo único que yo reivindico para un estudio o ensayo de literatura como este, referencias de los grandes estudios literarios. Por eso este libro, escrito por otra mano, jamás hubiera ganado ningún premio, ni siquiera el de la publicación. Sin acritud…lo siento por el aburrimiento, el cansancio y lo deprimido de tu lectura, no todos podemos ser posmodernos. Salud, siempre.
En el caso de Fernández Mallo, sí creo que haya correspondencia entre sus teorías y su obra. Sin ir más lejos, en la serie de post «textos de NY» que publica por estos días en su blog, se pueden apreciar planteamientos muy coherentes con los que expresa en Postpoesía, y en el Proyecto Nocilla. Tampoco creo que fuera necesario recurrir a los grandes estudios literarios, más bien, me parece que la obsesión de Postpoética por circunscribirlo a un panorama literario -y para más inri, español- es lo que lastra una teoría que debería integrarse un territorio mucho más amplio y heterodoxo; que debería definirse positivamente en un ámbito multidisciplinar, ignorando el juego de oposiciones tan propio de la historiografía literaria más trillada.
Sobre lo de la publicación, me parece interesante que se mencione. Creo que sería más preciso decir que jamás se hubiera publicado este texto si no fuera por el éxito de sus publicaciones anteriores, y principalmente, sus dos últimas novelas. Los motivos comerciales y literarios se confunden. Quizás ningún editor hubiera confiado en que un ensayo como postpoética tuviera una buena acogida por sí mismo, pero el mérito de que exista tal predisposición, de que existan lectores ya convencidos de antemano a darle una oportunidad, sigue siendo de Fernández Mallo. Un saludo.
No pretendía nada con mi comentario, simplemente quería dejar constancia de que, por suerte, la literatura cuenta con buenos escritores que han utilizado el ensayo para poner en orden todo un universo o una época. Tal es el caso de Los hijos del Limo o El arco y la lira, de O.Paz; Historia de un deicidido, de Vargas Llosa o incluso los estudios de Pedro Salinas o Luis Cernuda sobre su poesía contemporánea,entre otros tantos.
En el caso de Postpoesía, veo más desequilibrios que aciertos, más confusión que claridad.
Además, cuando uno termina de leerlo se da cuenta de que la bibliografía al uso es reducida y que muchas páginas son refritos de esos libros en los que no se ha perfildado ninguna idea. Y, por último, un estudio de aspiraciones multidisciplinares es de difícil catadura cuando uno niega las evidencias, muestra poca capacidad de síntesis y toma como ciertas todas las afirmaciones de sus autores favoritos. O, y eso es lo peor, cuando da la sensación de que ha leído menos de lo que parece.
Los motivos literarios, por desgracia, están sublevados a los comerciales y pocas editoriales se salvan de la quema, pocos autores, pocos títulos.Evidentemente, si Babelia y otros medios, no se hubieran procurado la promoción del libro, el ensayo no hubiera visto la luz. Pero yo sí hubiera publicado «Los ensayos», de Juan Goytisolo sin ninguna de sus novelas, por ejemplo.
Aquí lo dejo, compañeros, no fue mi intención más que opinar sobre un fenómeno que no me parece tal.
Saludos.
Tomás, estamos encantados de que los lectores con criterio nos dejen sus lecturas sobre los libros que reseñamos. Por favor, siéntete en tu casa. Nosotros siempre tratamos de contestar, no para corregir a nadie (Dios nos salve), sino para avivar el debate.
Sobre la publicación del libro, creo que un libro siempre se edita porque un editor cree que puede ganar algo con él (no siempre dinero). En el caso de Herralde, no deja de resultar significativo que en los últimos meses haya incorporado a su catálogo de ensayo a dos escritores muy identificados con el movimiento literario que se etiquetó como «Generación Nocilla»: Eloy Fernández Porta y Agustín Fernández Mallo. Se puede especular mucho sobre los motivos del editor, pero mi idea es que hay motivos mas que comerciales. Anagrama es hoy la editorial más reconocida en español, y su catálogo representa una especie de canon literario, una institución de encumbramiento. Quizás el editor entendió que había llegado el momento de que Anagrama, desde ese papel legitimador, se hiciera eco de esas literaturas emergentes. Los escritores ganan así el enorme prestigio de publicar en esa editorial, y el editor consigue refrescar su imagen, la actualiza, se da un barniz de novedad, quizás necesario por el desfase palpable de algunos de sus ensayistas más emblemátcos. Hablando de editoriales como Anagrama, creo que siempre se ponen en juego más factores que el dinero. Aunque quizás no haya estrategia ninguna, y todo son castillos en el aire. Un saludo.
Coincido en tus apreciaciones sobre Anagrama. Por ese motivo, mi sorpresa fue mayor. Uno está acostumbrado a leer en Anagrama a Said, Sacks, Verdú, Gubern, Vernant, J.Gracia,Lipovetsky, J.C.Mainer u Onfray, entre otros. Ensayos, todos, de solvencia académica.
El libro de F.Mallo es un ensayo y como tal debemos acatarlo y leerlo y no sé si Herralde (que no un santo, como Berlusconi)se ha dejado llevar en esta ocasión.
Vuelvo a reiterar mi argumento pasado con un ejemplo. El polígrafo mejicano Alfonso Reyes posee una de las obras menos leídas pero más mastodónticas de la historia de la literatura escrita en español. Su obra ficcional no alcanza el nivel de sus ensayos, iniciáticos en muchos aspectos de la filología. La obra de Alfonso Reyes no necesita de novelas para justificarse.
El caso de F.Mallo es al contrario. Un autor de éxito en prensa(más mediático, en mi juicio, que otra cosa) que ha escrito un pseudoensayo. Claro, se lo publica Anagrama. Si lo hubiera escrito «Pepe García»: autor sin obra, sin premios, sin apoyo mediático ni padrino a la vista, ¿lo hubieran publicado?
Te pongo otro ejemplo. Hace poco quisieron vendernos que había surgido una nueva generación de autores hispanoamericanos, la generación del crack. Todavía puede leerse su manifiesto en Random House, Crack, instrucciones de uso. La cosa no cuajó, entre otros motivos, porque ni los mismos autores creían en ella. Más bien ironizaban con ello: J.Volpi, J.A.Palou, Ignacio Padilla,etc. De todo ello ha quedado un autor de fuste, Volpi.
Prometo no escribir más, pero este tema me exaspera.Salud, amigos.
Tomás, te sorprenderías de la escasa consideración que autores como Verdú, Sacks o Said merecen entre muchos académicos, precisamente porque los consideran poco académicos, demasiado «ensayísticos», demasiado «pop», más pendientes de crear textos atractivos que de afrontar un trabajo riguroso, disciplinado y sobre todo, humilde y consciente con sus propias limitaciones. Son muchos los que consideran que un trabajo verdaderamente sistemático jamás encontraría cabida en una colección de agradable lectura, dirigida a un lector no especialista, como es la de Anagrama. En ese sentido, creo que Herralde se ha mostrado coherente al publicar a F.Mallo, pues al igual que autores como Sacks, Verdú o Said, su ensayo apela en último término al criterio personal del lector para su validación, no a un método científico como, por ejemplo,los tomos de Manuel Castells.
En mi crítica, de forma escueta, ya expresaba que para mí uno de los mayores atractivos de Postpoética es que nos obliga a replantearnos si su propuesta es pensamiento o qué demonios es. Igual que mucho del arte contemporáneo, la relación con el espectador no trata de ser cómplice, empática, sino problemática, conflictiva, hasta agresiva. Es en el proceso de legitimación o deslegitimación por parte de cada espectador, donde la recepción alcanza el valor deseado. En ese sentido, Postpoética no coopera para cumplir con las espectativas de género, sino que se enfrenta a ellas. Esto puede tomarse como una propuesta arriesgada e interesante, o bien fruto de las carencias y la falta de compromiso. Lo que es válido en arte puede ser un fracaso en el terreno del ensayo. O bien un éxito. Ya veremos. Salud
Estimado Miguel,
Leí «Nocilla Dream» y me vi reconocido mi impresión en el blog del crítico Jiménez Morato: http://vivirdelcuento.blogspot.com/search/label/Fern%C3%A1ndez%20Mallo
…cuando duda de que la propuesta narrativa de Fernández Mallo permanezca en el tiempo cuando le falte el oxígeno de la descarada promoción editorial que lo ha elevado al rango de novedad. Creo que Tomás recuerda con acierto dónde han quedado la mayoría de los inventos de los departamentos de promoción de las editoriales. Sobre esto concuerdo con las dudas de AJM sobre el estilo mismo de Mallo, cuando dice:
«(…) Lo que sí llama más la atención en el texto, y debería hacer que se les cayera la cara de vergüenza a unos cuantos críticos es el lenguaje que usa el autor en este libro. Un castellano huidizo y pedestre, lleno de barbarismos sintácticos y de elementos propios de la tradición anglosajona que Fernández Mallo ha interiorizado seguramente en su desempeño como físico nuclear. Que la bibliografía que un científico usa es fundamentalmente en lengua inglesa es incuestionable y aceptable, pero que traslade ese estilo y esos usos a una narración en lengua hispana sí es cuestionable, porque al hacerlo está cuestionando de un modo directo la importancia de un aspecto importantísimo en la literatura: el estético, y que los “críticos” no lo señalen rebela que están deslumbrados por la novedad estética o temática que supone para ellos y se olvidan de que están hablando de un artefacto verbal».
En mi caso, disiento de que Mallo renueve realmente la narrativa española y dudo de su capacidad de narrador, pero todo esto no dejaría de ser un opiniòn más si Fernández Mallo no mostrara una actitud bastante impresentable para encarar las diferentes opiniones que generan sus libros. Sobre «Postpoética» y su recepción crítica, el propio García Mallo ha escrito una entrada en su blog: http://www.alfaguara.santillana.es/blogs/elhombre/2/blog-post/325/la-critica-de-postpoesia-que-estaba-esperando/
en el que baja del pedestal de «no comento las críticas de mis libros» para cargar contra la que recibió de Villena: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/25492/Postpoesia_Hacia_un_nuevo_paradigma
Fernández Mallo escribe: «La crítica de Postpoesía firmada por Luis Antonio en El Cultural, representa la prueba del algodón. Es el tipo de crítica que estaba esperando (habrá más). Por eso me parece muy interesante. Con sus errores de bulto, producto de una mala lectura, y de los prejuicios estéticos típicos de ciertos miembros de la poesía ortodoxa. A lo mejor el bueno de Luis Antonio quería que toda poesía española pasara por sus manos o por sus antologías. Ridiela. No pudo ser.
El problema no son las «críticas negativas» o positivas, ya que ambas son fructíferas y saludables, sino las «malas críticas»: son malas porque utilizan un aparato crítico anacrónico para abordar un libro que lo desborda. Por eso la crítica se convierte en «mala», porque habla de las incapacidades no sólo del crítico (que es lo de menos), sino de todo un sistema crítico, y no, como debría ser, de las carencias y aciertos que todo libro tiene».
Líbreme de emparentarme con Villena, pero si se lee la crítica publicada en «El Cultural» cualquier lector entenderá que es falso que Villena no comente los aciertos del libro.
Lo peor, en cambio, es que nadie le haya dicho a Fernández Mallo que ha leìdo poca literatura y se le nota, y que se coloca en una posición ridícula cuando presupone que quien no está de acuerdo con él y con sus conclusiones es porque se ha visto superado por el salto cósmico que proponen la postpoesía y la narrativa nocilla.
Este extraño arte de armar sucedéneos textuales con personajes planos que habitan un mundo intrascendente, pero repleto de citas al mundo contemporàneo (mi ipod, mi blog, el mac de mi amigo, las fotos de mi novia en flickr), indudablemente se quedarà anticuado en breve. Y Fernández Mallo habitará el museo de cera, junto a Ray Loriga, Mañas, la generación del crack y todas las aberraciones que surgen de los directivos de las editoriales en las mañanas con atascos.
Atentamente,
Pedro Navarro Serrano
Estimado Pedro, gracias por un comentario tan completo, y por la cita a la reseña de Jiménez Morato, que no conocía. Personalmente, me intereso por todas las críticas sobre Nocilla Dream o Nocilla Experience porque estoy escribiendo mi tesina sobre el Proyecto Nocilla, que a día de hoy me sigue apasionando tanto como el primer día. De ahí que para mí el valor literario de Fernández Mallo esté más allá de toda duda, y cualquier condena integral al escritor me resulte, cuanto menos, antagónica a los caminos literarios que más me interesan como crítico y como lector.
Mucho menos estéril me parece discutir aspectos concretos de sus libros y su trayectoria, que cualquiera que conozca con detenimiento no puede, en ningún caso, equiparar a la del escritor comercial alumbrado desde los despachos de marketing de una editorial. Si bien es cierto que Fernández Mallo, desde que fichó por Alfaguara, se ha visto beneficiado por todo el aparato de promoción de su grupo mediático, lo cierto es que tal grupo no hizo sino invertir en un producto que ya se había abierto paso por sí mismo gracias a una buena respuesta de público y un masivo reconocimiento de la crítica, que espontáneamente manifestó su admiración por Nocilla Dream, sin que mediara interés corporativo alguno. Críticos de El Mundo, La Vanguardia y la práctica totalidad de los periódicos locales y nacionales de nuestro país, se mostraron unánimes en situar la novela en una alta posición, que más tarde Alfaguara aprovecharía para relanzar al autor hacia un share más amplio que ese reducido grupo de lectores, los más atentos a la crítica y las propuestas renovadoras, que acogió con entusiasmo el primer volumen.
Por supuesto, a partir de Nocilla Experience, la obra de Fernández Mallo se ha visto inevitablemente ligada a un práctica promocional, con el consecuente desgaste de la imagen de asceta insobornable que muchos presuponen y demandan para el escritor de literatura blanca. Y es cierto que cuando una obra artística o cualquier práctica humana se convierte en producto, pierde automáticamente gran parte de su aura, se ve inmediatamente devaluada: la exhibición y venta de la autenticidad dispara toda las alarmas del consumidor exigente, que pasa a desconfiar de que tal autenticidad no sea más que otra estragia de la Publicidad, siempre tan ansiosa por transferir los valores de «lo auténtico» a los productos que nos venden.
Precisamente, el caso de Fernández Mallo, no me parece el de un producto al que se le ha transferido lo auténtico, sino al contrario: algo auténtico que se ha transferido a un producto. El producto en este caso puede ser la página de una revista de tendencias, un lanzamiento editorial o un premio literario de TV. Sus agentes ven en Fernández Mallo lo mismo que los anunciantes de coches en el surf: una fuente de autenticidad de la que transferir valores alternativos y novedosos a su producto. Y al margen de toda esa movida, que poco tiene que ver con el interior de «la cosa», sino más bien con su cliché, está su literatura intocada, su propuesta en estado puro, que es lo que más debería interesarnos. Lo que quiero decir es que Fernández Mallo, como el surf, ya estaba allí. Y seguirá estando, cuando ya nadie se acuerde del anuncio. Un saludo
Hola:
Sobre establishments corporativos y crítica anticorporativa, no sé si habréis oído hablar de la crítica acompasada. Mi aporte:
Crítica acompasada del discurso de ingreso de Javier Marías Franco en la Real Academia Española.
Bochornosa Breda. Crítica acompasada de El sol de Breda (Arturo Pérez Reverte, Editorial Alfaguara).
Ojos azul billete, crítica acompasada de Ojos azules, de Arturo Pérez Reverte (Editorial Seix Barral).
Y muchas más en Delicious
Estimado Miguel,
Escribes: «De ahí que para mí el valor literario de Fernández Mallo esté más allá de toda duda, y cualquier condena integral al escritor me resulte, cuanto menos, antagónica a los caminos literarios que más me interesan como crítico y como lector».
Espero, sinceramente, que no leas mi comentario en términos personales, pero creo que el hecho de que escribas una tesina sobre AJM no incrementa la autoridad de tus comentarios en tanto que tu análisis parece no haber surgido de impresiones personales (véase la crítica del crítico “impresionista” en el último libro de Bértolo), que como en una sala oscura, no has “negativado” con la dialéctica de juicios críticos adversos.
Si quieres escribir una tesina sobre un autor creo que deberías comenzar cuestionándote si tu cercanía con sus postulados estéticos se debe a la relevancia real de su propuesta o a la cercanía entre los referentes identitarios que presenta el autor en sus obras y los que el público (o tú, en el caso) desea consumir, o en cuya ola se desea subir, (lo cual tendría que ver con “la ansiedad de influencia” tan propia de los departamentos universitarios).
O dicho de otro modo, que asumas que “el valor literario de AFM se encuentra fuera de toda duda” te convierte en un fan, pero no en un crítico, aunque supongo que dentro en un conglomerado de lectores y escritores en los que ciertas categorías de consumo adquieren relevancia significativa ser un fan puede añadir méritos a la observación crítica, e incluso, la garantía de no verse «desbordado» por la fuerza desbordante del proyecto postpoético.
Aún así, siguen existiendo aquellos que no somos fan de AFM y dudamos de su valor literario, desbordados o no, eso sólo puede discernirlo quien se coloca en ese pedestal, postura esta que, espero que admitas, no tiene precisamente nada que ver con la modernidad en la crítica literaria.
Leyendo “a la Foucault” lo no respondido por ti es precisamente esto lo que más resalta entre las ausencias: nada comentas de la pose de superioridad en la respuesta de AFM a Villena. Si el aparato crítico utilizado por Villena es insuficiente, debemos suponer que AFM tiene uno al uso para proponernos. Quedamos a la espera, más allá de la propuesta binaria que propone en el ensayo y que es de una tosquedad insultante. AFM coloca toda la poesía previa a su advenimiento en un mismo saco. Pero qué culpa tiene Joan Brossa y Esteban Pujals Gesalí, y Agustín Parejo School de que AFM nunca se haya dignado a ir a la biblioteca de la facultad y leer los libros de esa estantería.
Atentamente,
Pedro Navarro Serrano
En otro orden de cosas, enhorabuena al equipo por las reseñas de Lamborghini y Jorge Carrión. Excelentes.
por último, en mi comentario escribo «tu análisis parece no haber surgido de impresiones personales», cuando quería escribir «tu análisis parece haber surgido de impresiones personales». Disculpa la errata e insistencia.
Saludos.
Estimado Pedro, en este blog agradecemos cualquier contribución juiciosa y educada al estado de la cuestión, y si además se cuestionan nuestros planteamientos, aportando nuevas perspectivas, pues mucho mejor.
Cuando hablas de juzgar «la relevancia real de su propuesta», no deja de parecerme problemático. ¿Existe acaso un estadio de valores literarios inmanentes que nos permitan juzgar una obra por encima de su recepción o su contexto? Convendrás conmigo en que no existe tal centro, no al menos, para los que hemos renunciado a la metafísica. Dado que hablas de «mi cercanía entre los referentes identitarios» debo entender que por real te refieres a su relevancia histórica. Yo, cuando elegí mi tema de tesina, decidí voluntariamente trabajar “fuera de la historia», lo que implica trabajar sin bibliografía académica, sin autoridades, sin «estado de la cuestión», y por supuesto, sin certezas sobre la trascendencia histórica del autor elegido. ¿Una moda? ¿Un valor pasajero? Para mi trabajo, si Fernández Mallo conoce o no la posteridad es irrelevante. Vengo de un modelo universitario donde la literatura actual era una optativa que terminaba en los nueve novísimos. Donde la troncal del literatura española del siglo XX concluía en la Generación del 27. De un modelo educativo donde los profesores alentaban la lectura entre chavales de quince años con «Tormento», de Benito Pérez Galdós. En su vertiente académica, solo parece importar la literatura en cuanto ha sido filtrada por la historia, provocando en el alumno la terrible certeza de que la literatura “ya es historia”. En muchos estudios literarios parece existir auténtico terror a abordar cualquier cosa que no haya visto confirmada su permanencia en el tiempo, como si el estudio de lo contemporáneo o lo efímero no pudiera ofrecer la más mínima garantía de conocimiento. He conocido a demasiados estudiosos consagrados al estudio de autores absolutamente irrelevantes y prescindibles, solo rescatados del olvido por las estrambóticas metodologías academicistas de algún tutor de tesis obsesionado con un periodo de la historia, como para tener la más mínima duda sobre si juzgo correctamente “la relevancia real de la propuesta” de Mallo. Existen temas de tesis tan puntillosos, tan constreñidos a los intereses de un grupo de especialistas que a nivel mundial apenas llegan a los cien, enfoques tan escolásticos, investigaciones tan estranguladas por monumentales “estados de la cuestión” y “autoridades”, que no dejo de sentirme agradecido de haber encontrado un departamento donde se me ha dado la oportunidad de abordar un tema que verdaderamente tiene interés fuera del aula. Tu crítica a mi eleccción (bastante aventurada, siendo yo un desconocido), por desgracia, no me sorprende. Mientras en departamentos de letras todo el mundo se abordan estudios sobre video juegos, comics, series de televisión, publicidad, cine, blogs y nueva literatura, muchos aquí parecen empeñados en darle el machetazo final a las Humanidades, a base de negarles cualquier competencia en el estudio de lo coetáneo.
Respecto a la lectura “a lo Foucault”, creo que se sustenta en una confusión. Yo no soy el abogado de Fernández Mallo. Considero poco interesante el debate, o más bien el referendum, que algunos queréis plantear aquí: ¿Mallo sí o Mallo no?. Se haya tristemente extendida la costumbre de convertir el debate literario en un circo romano, donde más que interpretación y búsqueda de sentido a la obra, todo parece consistir en una lucha de pulgares para encumbrar o denostar algo. Sin embargo, cuando leo Postpoesía observo fallos y los denuncio. También recalco sus virtudes. Trato, en definitiva, de no restar complejidad al trabajo de un escritor, con opiniones que se limitan a apuntalarlo con un pulgar: ni hacia arriba, ni hacia abajo. Pensar sobre algo, me digo a mí mismo, es aceptar su complejidad, es distinguir sus elementos y juzgarlos por separado. Esos son los caminos literarios que más me interesan, como crítico y como lector. Esperamos que este blog sea un lugar acogedor, donde cada cual se sienta libre de expresar sus opiniones; y también de reservárselas. Un saludo.
He seguido vuestras aportaciones y observo que cada cual sigue en lo suyo.Por mi parte, a pesar de no comulgar un ápice con la literatura de F.Mallo, he leído sus obras y su protoensayo. Lo he leído y por eso juzgo: como lector de mi tiempo, que no haya equívocos. También es cierto, Miguel, que hay una vertiente de críticos y escritores que hablan de «literatura en tiempo real». Con él desechan toda la crítica académica, tradicional o que huela a autoridad; y ese enunciado sí que es sospechoso,lector en tiempo real, porque entonces qué hacemos con Proust, Kafka o Cervantes. Mira, esa cuestión no deja de ser hermenéutica y Vattimo, Deleuze o gadamer han escrito mucho sobre ella. No podemos olvidar que se trata de cuestiones filosóficas y quellevadas a la literatura pueden provocar irritaciones. Palabra en el tiemo, decía A.Machado que era la poesía; y así la leemos, estoy seguro.
Los lectores van forjando sus juicios tras muchas horas de lectura, discriminan después de haber tenido una experiencia de la lectura. Por ese motivo, en relación a esa experiencia, juzgo el libro de F.Mallo, al igual que vosotros.En este sentido, el libro plantea una cuestión necesaria y oportuna: el adocenamiento de la poesía actual española, con la que estoy de acuerdo en casi todo, pero al mismo tiempo en casi nada.Voy a explicarme.
Es cierto que hay unas tendencias muy marcadas en las editoriales (y lo siento Miguel, son ellas y sus jurados las que eligen) por sus magnates que criban lo que se puede leer. No hay más que agarrar el último Premio Loewe. Por eso el replanteamiento que propone F.Mallo me parece atrevido y ajustado a la realidad.Necesario, por supuesto
Sin embargo, en lo que no puede uno estar con F.Mallo es en su tendencia de clasificaciones posmodernas, es decir, no se puede decir, como lector moderno o posmoderno o afterpost o … que san Juan de la cruz es poesía ortodoxa; o que J.R.Jiménez es poesía ortodoxa; o que L.Cernuda es poesía ortodoxa,etc. Equivale este disparate a calificar a Cervantes de autor clásico, manido, ortodoxo. O a pensar, como lo hacemos muchos, que este hombre no ha leído todo lo que debiera. Por eso reivindicaba yo una profunda reflexión en este libro para argumentar tal criterio desmedido. No puede uno deslavarse de toda una historia de la hermenéutica y la crítica literaria así como así. Al menos debe el escritor seleccionar o matizar, ejemplificar argumentar. Creo que F.Mallo, en este aspecto, no ha calculado bien las consecuencias de su clasificación.
Estos criterios muy generales no suponen una decisión al uso: sí o no. Simplemente, uno establece y enjuicia su lectura en referencia a otros ensayos que en otras épocas sí dejaron el surco marcado hasta estos años que vivimos. Y te vuelvo a poner de ejemplo a Octavio Paz o de Alfonso Reyes, de Pedro Salinas o de José Ángel Valente que, por cierto, me parece mucho más posmoderno (si eso es algo) que F.Mallo. «Los hijos del Limo», de O.Paz, sigue siendo un libro que supera (con una distancia planetaria), a pesar de los años, en todos los aspectos al de F.Mallo. Incluso en las apreciaciones de la poesía futura, es decir, la de ahora.
Otra cuestión es la calidad de los departamentos en la Universidad española. Yo también tuve una experiencia en la Universidad como doctorando,-la dejaremos para otro momento- y sé de qué hablas.Una tesis se puede hacer hasta del gato que el escritor tuvo en la mesita de noche.
Así que lo único de que gozamos con total libertad es de la capacidad para leer el libro que queramos y con las cualidades que creamos más oportunas. Unos con las propuestas de Barthes o de Gadamer; otros, con métodos más tradicionales y algunos mezclando las perspectivas y gozando de cada una de ellas.
Un saludo para todos.
Tomás
Tomás, coincido contigo en que no se puede despreciar la tradición literaria, y que las fuentes filosóficas y académicas, bien elegidas, constituyen un aporte fundamental para interpretar con riqueza nuestras lecturas, sean de autores consagrados o del último poeta emergente. Los colaboradores de este blog, aunque quizás yo sea el peor ejemplo de ello, solemos sustentar nuestras críticas en discursos de la teoría y la filosofía, lo que debería dar buena fe de nuestro convencimiento en este sentido. Celebro también tu llamada final a la libertad y el disfrute de la lectura, que al final, de eso se trata. Gracias por tus inteligentes comentarios. Un saludo.
Da gusto leer a gente que piensa, aunque piense distinto.
Saludos,
En Letras Libres, Alejandro Zambra publica una reseña de «Postpoesía», ofreciendo una lectura muy interesante desde la perspectiva latinoamericana.
http://www.letraslibres.com/index.php?art=13993
Lo que ha hecho Mallo es un ensayo sólido, pero distinto. No se puede juzgar con los mismos criterios que un ensayo al uso. Eso, por sí mismo, ya vale un potosí, porque nos abre otras puertas que muchos académicos no veían. Él abre puertas, las deja entreabiertas para que miremos, y se va a abrir otras puertas. Que habléis tanto de él, significa que os importa, y eso es bueno. Tras leerlo, creo entender que espera inteligencia por parte del lector. Ha hecho una crítica de la poesía contemporánea española de manera fragmentada, postpoética, fiel a lo que propone, enseñando que hay otros tipos de pensamiento creativo, otras formas de hacer ensayo-poema, de la misma manera que en su día, y salvando todas las distancias, Warhol nos enseñó que había otra manera de hacer pintura. Hay que dar ese giro mental para entenderlo. Esto, por lo que veo en no pocos comentarios de este blog, no todo el mundo lo entiende. Pero es natural, siempre hay gente con inercias, más lenta. Lo siento de veras por vosotros, pero lo que ha hecho Mallo es adelantarse, algo que es imparable, y que, por lo que veo, os cogerá a contrapié. Para mí, lo más importante es que ha hecho una crítica certera y original de la poesía contemporánea española sin hablar de la poesía contemporánea española, eso me parece, para empezar, de una creatividad tremenda, para seguir, elegante, y para terminar de una inteligencia importante ya que da en las narices a todos los que esperan un ensayo que da hostias personales. Las críticas malas que le he leído de su libro -y que estaría bien señalar que la mayoría son buenas, al menos la que he visto por ahí- se enfrentan a él con herramientas pasadas de fecha. En vuestros comentarios veo muchas de esas herramientas. Insisto, siempre ha ocurrido, estamos acostumbrados. Lo importante es la gente que piensa por sí misma, inventa, propone. Mallo aquí genera pensamiento, un sistema, su sistema, otros copian pensamiento.
Hace pocos meses, casualmente, me entero por una amiga que vive allá, y que está en la universidad de Cornell, que su literatura se está estudiando con atención en esa universidad y en otras americanas, como en el MIT o -si no recuerdo mal- en UCLA (incluido Postpoesía). Y que Postpoesía está circulando con mucho interés en el mundo artístico (no académico) de ciudades como Nueva York.
Creo que eso resume bastantes cosas y despeja bastantes dudas sobre el interés y la calidad de su obra -gustos personales aparte-.
Lo siento por algunos, que veo que se enrabian, pero la obra de Mallo quedará por meritos propios.
Gracias al administrador por este espacio.
Gracias a ti, Carlos, por expresar tu opinión. Un saludo.