espacio de crítica literaria y cultural

Las figuras trazadas por los «Pequeños círculos» de Alberto Santamaría.

In Alberto Santamaría, Uncategorized on julio 30, 2009 at 8:54 pm
 

Qué difícil puede llegar a ser encontrar palabras
para lo que se tiene ante la vista.
Pero cuando finalmente se encuentran,
golpean contra lo real con pequeños martillos
hasta que repujan la imagen
como si la realidad fuera una planchuela de cobre.

WALTER BEJAMIN. San Gimignano.

.

Grandes bloques de asfalto recogidos por toscos brazos mecánicos, tras haber picado el suelo de cualquier calle, en cualquier ciudad. Resulta curioso advertir cómo, la contemplación de esta anodina situación, evoca una de las imágenes más sublimes de entre todas aquellas a las que nuestros ojos ya se han acostumbrado, a saber, la de dos pequeños iceberg resquebrajándose por el choque de uno de sus témpanos contra el otro, a merced de las corrientes marinas. Sin duda, una de las principales razones que motiva esta asociación es, en primer lugar, la creación del propio concepto de sublime y, como no, una práctica muy extendida en la actualidad: su descontextualización mediática. Aunque, dejando de lado esta cuestión, podemos decir que más extraño es todavía que haya gente, entre los que me incluyo, que encuentre cierta emoción estética ante semejante fastidio urbanístico. Y es que, si obviamos el ruido, el polvo y la incomodidad que provocan esas placas de hielo negro, no parecerá tan extravagante que pueda resultar placentero el caminar por una vía en obras. Pues bien, a mirar de ésta y muchas otras maneras es a lo que nos lleva enseñando Alberto Santamaría, desde hace ya siete años, con la publicación de su primer libro de poemas, Herencia de humo. La Historia de Bonnie y Clyde, al que seguirían cinco títulos más de poesía, Pequeños círculos es el más reciente, dos ensayos y diversas ediciones y antologías.

Jeff Wall. Mimic. 1982

Este poeta, que siempre se muestra consciente de la insignificancia del mundo -y justamente por ello-, nos ofrece un código interpretativo más con el que acercarnos a la realidad y un punto de vista alternativo sobre las cosas, que, sin duda, debemos sumar a la pluralidad de miradas con las que coexistimos. Y esta postura que defiende cierto tipo de literatura se presenta así, no porque un relativismo extremo esté autorizando a adecuar lo percibido a nuestros deseos (“Si pudieses congelar la imagen/ observarías con el zoom preciso/ las estrías, la ceniza, las marcas porosas/ que el deseo filtra/ como una pared húmeda/ entre tus cosas”), o porque, por el contrario, lo insignificante se entienda como algo falto de valor y, por tanto, dependiente de una instancia superior. Más bien, podría decirse que Santamaría, al igual que otros, aboga por la insignificancia entendida como pequeñez y, ésta, asimilada a cierta cualidad representativa, que permite que infinidad de círculos diferentes puedan abordar la órbita terrestre de manera exitosa, y sin necesidad de que quede completamente delimitada: “como el que traza círculos/ sin obligación de hallar/ nada perfecto en su trabajo”

De este modo, lo que encontramos en Pequeños círculos, último libro del autor, son diversos recorridos por la periferia de un mundo descentrado, que vistos además desde la perspectiva (o las perspectivas, ya que éstas pueden ser incluso la de un objeto) de estos poemas, constituyen -cada uno de ellos- un núcleo autónomo y significativo por sí mismo. Es decir, esos pretendidos arrabales de un punto neurálgico cualquiera no necesitarían, según el itinerario propuesto en este libro, remitirse al supuesto centro del que derivan, sino que, por el contrario, estarían formando un nuevo lugar desde el que tomar consciencia de lo que nos rodea. Por eso, que nadie busque aquí un compendio de términos opuestos por los que tomar partido: o natural o artificial [“Nada hay que podamos llamar naturaleza” leemos en el poema «Una noche en las afueras (Candina, 1987)»], o verdadero o falso, o bello o sublime, sino una comunión de todas las cosas presentes y posibles.

Jeff Wall. The Flooded Grave.La apuesta por un nuevo sentir de las cosas y una experiencia de lo cotidiano afloran en muchos de los poemas de Santamaría, como si de un aviso se tratase, tal y como le sucede al padre del sujeto poético de «LA MAGIA II (nadie vendrá a rescatarnos)» que, sentado mientras que espera a que algo suceda, se pierde que “ese algo sucede”. O en un poema anterior a éste, «LOS CASTRATI HAN VUELTO A HACER DE LAS SUYAS», en el que siguiendo a cierto filósofo italiano, citado el final del libro, reformula la clásica teleología occidental -aquí en su vertiente estética-, haciendo referencia a la poca rentabilidad que se le extrae a la estela que antecede a cualquier sentimiento placentero, dada la obsesión por alcanzar un pretendido clímax que, aquí, recibe el nombre de “eso-que-está-por-pasar”:

«(No se trata de placer, Febo. […] Se trata de eso-que-está-por-pasar. «La tonalidad básica de la cultura del rendimiento no se orienta a la obtención    del placer, sino al mantenimiento de la excitación». Esperar, eso es).»

De ahí que, a diferencia de este tipo de experiencias, en las que un fin oculta a sus medios, el yo de estos poemas afirme que “No diré que no encuentro cierto placer descarnado en este simple estar entre cosas.” El placer del esperar, del estar, del mientras que, adquiere en este libro un fiel aliado que, sin duda, contribuirá a disfrutar de lo que acontece.

Y es de esta manera en la que la palabra imaginación encuentra en los libros de Santamaría una especie de exemplum de su propia etimología. El uso de la metáfora, la comparación o el símil que lleva a cabo este poeta, no tiene como objetivo enarbolar historias concretas, para hacer de ellas preciosas “anécdotas” con las que maravillar a sensibilidades exquisitas. Jeff Wall. Milk. 1984Sus verdaderos logros residen en mostrar otra cara de lo ordinario (no la otra, sino otra cualquiera). Y entiéndase esta palabra, la de ordinario, en todas sus acepciones posibles, tanto aquella que se refiere a lo regular y perteneciente a un orden determinado, como la que remite a lo bajo y vulgar: algo así como la situación que comentábamos al comiendo de este escrito. El poema «ANÉCDOTA BARROCA» sería uno de los mejores ejemplos en los que buscar este complejo equilibrio entre lo común y lo sublime. En él, además de una belleza sobrecogedora, cualquiera podrá experimentar lo extra-ordinario:

«de entre mis manos

te resbalas

como este jarrón

que descubre

delicadamente

en su interior

el vacío.»

ROSA BENÉITEZ.

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