Juan Luis Martinez dejó escrita una de las mejores definiciones o contradefiniciones de Proximidad: “Si La Proximidad se acerca un poquito más a las cosas, se convertiría en las cosas.” (La nueva novela, 1977). En este delgado territorio de la proximidad es en el que se desarrolla la poesía de Javier Moreno. Sus dos últimos libros, Acabado en diamante y Renacimiento confirman una voz en progresión y una poética sólida y singular.
En Acabado en diamante asistimos a la búsqueda, llevada a cabo por el sujeto poético, de eso que hemos dado en llamar “lo oscuro”; aquello que acaba por ser más real que lo real. Pero no cae el poeta en la ingenuidad -cosa digna de elogio- de buscar lo oscuro lejos de la claridad (o a la inversa), sino que sabe que ambos extremos son indisociables y que uno contiene al otro, hasta tal punto de necesitarse mutuamente. Es en este escenario donde un cuerpo, un sujeto sintiente, percibe las imágenes y sus sombras no como abstracciones o pensamientos, sino que por el contrario intenta que con ellas se proyecte de manera sensible el mundo que le rodea. De este modo, no solo alcanzamos un supuesto Real, sino que además aparece otro real imaginario que se superpone al entorno. Así, Confluirían aquí el pensamiento común, el que se impone, y aquel que subyace. Esto podría hacernos pensar en algo demasiado rotundo y definitivo pero esta aparente completud, que se construye en un gesto que termina de completar una imagen, se destruye en cada movimiento siguiente.
Como un pez fuera del agua
durante el breve instante que dura su salto
vislumbra a un hombre asomado a la cubierta
de un barco
observándolo
Y se sumerge de nuevo
en el mar
en la soledad
infinita del camarote
donde trenzar el sueño:
Dispuestos en el tapiz
la urdimbre y la trama
fractal del deseo
interpuesto
entre dos nadas
Son la fragilidad de la imagen, la ruptura temporal y la fugacidad espacial de las que se parten en Acabado en diamante, las nos permiten conectar con su siguiente libro: Renacimiento.
Dentro del periodo histórico denominado como Renacimiento, entre otras muchas transformaciones, se produjo tal vez una de las más significativas, a saber, el paso del teocentrismo al antropocentrismo. A partir de este momento Dios deja de ocupar el centro del universo, para que el hombre se sitúe como objeto y punto de partida de todo el pensamiento: “la claridad no siempre viene del cielo”. Este cambio en la Historia de occidente es aprovechado por el poeta para trazar algunos puntos de unión entre aquella época y la actual, y esto gracias a una ruptura temporal que conforma diferentes estadios espaciales, que nada tienen que ver con nuestra habitual concepción lineal del tiempo. De esta manera, consigue desarrollar una nueva mirada, que lejos de centrar su visión en el pasado (sigue siendo un periodo histórico pero también es tratado como si no lo fuera), lo actualiza gracias al presente, que es mostrado aquí como un espacio concreto y cambiante. No hay un traslado de sujeto desde el Renacimiento hasta la contemporaneidad: “cuando muere un dios / no acaba la película // empieza otra”, sino un trasvase y confluencia de perspectivas. Todo esto determina una de las características principales del libro, la de abogar por una forma distinta de moldear el tiempo, el habitar y el sobrellevar la vida siempre en el límite de sí misma.
Javier Moreno sabe de la necesidad de la actividad representativa para poder generar una vida, un sujeto, un poema, “de ahí la necesidad del lienzo”, pero esto no le impide perder de vista el poder de la propia representación, dejando claro que es posible que nos encontremos con “un desacuerdo / entre el reflejo y su modelo”. Y a esto podemos seguir llamándolo mímesis, si continuamos la propuesta hecha por Walter Benjamin de unir bajo esta noción tanto a la apariencia, como al juego.
Pero lo más importante de esta actividad es que detrás de toda posibilidad de representación, se esconde siempre un deseo totalitario: “En el fondo, quizás detrás de todo instinto de conocimiento resida el poético deseo de alojar en nuestro cráneo una porción -siquiera metaforizada- del universo”.
Cabe señalar que en ambos libros aparecen, como parte constituyente de los mismo, continuas referencias a nuestra cultura, que abarcan desde Grecia hasta nuestros días, y que, como no podía ser de otro modo, recogen la herencia árabe y judía. Un ejemplo de ello es el topoi pictórico de la anunciación, aprovechado magistralmente para abrir su último libro y que aquí nos sirve para concluir esta aproximación a una propuesta poética que ha sido capaz de abarcar a lo sagrado y lo profano, en un mismo discurrir:
ANUNCIACIÓN (NO TEMAS NO HE VENIDO AQUÍ PARA QUEDARME)
El motivo se repite
a pesar de las variantes:
Un ángel postrado ante una María
que abre sus manos en un gesto a medias
de sorpresa y de serena equidistancia
Entre ambos
una paloma, tal vez
porque las palabras
siempre fueron aladas
Un libro descansa abierto en un atril
a veces caído en el suelo
abandonado por las manos trémulas
de la doncella, hasta hace un momento
absorta en la lectura
Tú insólita pureza precipita el deseo
de la inscripción del signo
parece decir el ángel
(un haz de luz
ilumina la escena)
Ecce ancillae dominus
Hágase en mí tu palabra
responde ella, mientras
se gira para mirarnos, a nosotros
mudos
espectadores de la toma
El ángel ha desaparecido
Queda la muchacha, y en el halo
que nimba su cabello
(zoom progresivo)
la errancia iridiscente
de las diminutas partículas de polvo
Corten
grita una voz
fuera de cuadro
PABLO LÓPEZ CARBALLO