No es necesario decir lo complejo que resulta que dos personas (y cuando son cinco el asunto se desborda) se pongan de acuerdo en algo. Es decir, si no lo conseguimos en cuestiones mucho más relevantes como son las que conciernen a la ética, la política o la ciencia, cómo iba a ser posible alcanzar tal consenso en algo tan inutil como la literatura. Y no sólo ya en cuestiones de literatura, que a veces hasta ha servido para construir naciones, sino en la elección de un simple libro de poemas -que además no cuenta con la proyección mediática que pueden tener las espléndidas “novelas históricas” que inundan nuestras librerias- como libro del año.
Pues parece que el último libro de Juan Andrés García Román lo ha logrado. El fósforo astillado es para Afterpost el mejor libro publicado por el mercado literario de nuestro país, y en español, durante el último curso editorial. Y es que este poemario, que coge lo mejor de cada género, representa un buen ejemplo de cómo asumir una vasta y compleja tradición, sin perder la voz y el gesto por el camino. Los poemas o textos (en el mejor de los sentidos, es decir, en el barthesinao) de este libro no sólo impresionan por su fuerza y capacidad de perturbar los ánimos más convencionales, sino también por la belleza y el impacto de sus imágenes.
La estructura -en apariencia lineal, pues en realidad no hace más que retorcerse sobre sí misma- de este libro, nos ofrece un tejido palimpséstico que agrupa hilos de lo más heterogéneos (y heterodoxos). Aquí, el interés por devolverle la vida al lenguaje es el encargado de hilvanar todos esos elementos dispares con los que el poeta construye sus textos. Sólo de esta manera podría funcionar un poemario en el que el recurso a las imágenes y a la narración se alterna sin mayor problema, y en el que el con-texto, es decir, nuestro mundo, se muestra tan importante como el propio texto.
En este sentido, resulta imprescindible en la poesía/ poética de García Román atender a la capacidad performativa del lenguaje, como signo complejo que no diluye su trabajo en la convención entre significane y significado. El uso extremo e ilimitado que las palabras adquieren en este poemario encuentra su sentido gracias a cierta voluntad estética de otorgar al lector una nueva experiencia de y en el lenguaje.
“Qué más da lo que sea –me dices, me dices que no debo asir la realidad
por el nombre, que no le asigne nunca un monstruoso déjà vu.
Palpémosla mejor como los niños,
mira el césped crecido en el plato”).
-¡así el orégano está más fresco!-, no te pierdas la hermosa fresa roja cubierta de papilas gustativas”
Hace ya casi un año, decíamos en este espacio que uno de los grandes logros de El fósforo astillado, salvando todas las distancias necesarias, era el de recuperar la pretensión wagneriana de «Gesamtkunstwerk», utilizando precisamente la forma de libreto operístico para organizar su poemario. Bien, pues a esto debemos sumar algo que ya hemos dejado entrever al comienzo de este escrito, y es que en este libro se expone una concepción de la cultura (y de intervención sobre ella) que recuerda a las operaciones de innovación de los grandes directores dramáticos o fílmicos, cuando toman un clásico y se valen de los recursos escénicos (aquí poéticos) para actualizarlo. De este modo, se nos cuenta una historia, de amor además, que lejos de caer en el sentimentalismo y la narración fácil, va generándose a medida que avanza el libro, gracias al juego de la representación (la literaria y la escénica) y su capacidad para conformar la realidad.
Es por eso que el uso del instante y de los tiempos exteriores al poema, de la figura poética (centrada aquí en dar cuanta de las cualidades intercambiables o participativas de unas cosas en otras) y, sobre todo, del acontecimiento, entendido como ensayo continuo (“Quieres escribir las ocasiones”, se titula uno de los poemas), hace de éste, un libro inmensamente creativo y renovador.
Pero, ¿sabes?, a veces mirar el mundo es como comerse un lenguado:
Primero una cara y después la otra: el mapa de las ocasiones.
Con El fósforo astillado, García Román ha logrado señalarse como uno de los mejores exponentes de la poesía de nuestro momento, alcanzando una de tareas que a este género se le ha impuesto: volver a interesar a lectores actuales. Para Afterpost, sin duda, es el tipo de literatura que debe ejercitarse y seguir desarrollándose en nuestros días. Una poesía crítica que no cae en el criticismo, y placentera, sin derivar en esteticismo. Y como toda obra de arte, una poesía que nos alcanza más allá de lo racional, que revuelve y satisface algo que, por una vez, no queremos esforzanos por terminar de definir. Acabaremos diciendo que El fósforo astillado es nuestro libro del año porque, simplemente, es el que más nos ha gustado.
AFTERPOST.