Puerto Rico digital no es un libro común sino una apuesta arriesgada y de planteamiento complejo que no permite el acercamiento rápido y distraído al que muchos de los lectores están acostumbrados. Ciertamente, en el 2009, un libro así está muy mal visto. Todo el mundo rechaza de manera sistemática este tipo de propuestas que no intentan atrapar al lector con ganchos asequibles o supuestamente sorprendentes. Aunque, no por ello ésta deja de ser una apuesta necesaria en el panorama actual, ni un gran libro. Su autora, Julia Piera (Madrid, 1970), se sitúa en el centro de las problemáticas más recientes, dando la cara frente a la pregunta ¿cómo y qué crear en la actualidad?. Así, la categoría de “Sujeto”, necesitada de continua revisión, se presenta aquí como uno de los ejes del texto, sobre el que se nos ofrece variadas y nuevas perspectivas.
A partir de una concepción del mundo híbrida, entre lo digital y lo analógico, Julia Piera coloca al sujeto poético en un terreno nada cómodo, que más bien se sitúa en un hábitat árido y espinoso. En este sentido, lo que estamos habituados a encontrar en las creaciones literarias es la “destrucción del sujeto” a partir de la construcción múltiple, fragmentaria, combinatoria, etc. de éste, pero en este caso nos situamos ante un yo que se va formando a raíz de la desaparición, de la resta. Esta postura sobre la imagen del sujeto se forma de la misma manera que la propia escritura, es decir, una creación poética fraguada en la resta. De este modo, podríamos encontrar a cada instante un yo distinto al del momento anterior, si dividiésemos el tiempo del poema, como si de la captura de una cámara fotográfica se tratase. Aunque, la multiplicidad obtenida no serviría aquí para explicar la creación de individualidades, es decir, no sumarían los yoes, sino que nos daría como resultado una serie de representaciones que nunca se corresponderían ni tan siquiera con una parte del mismo. Deberíamos pensar que las posibilidades de captura son infinitas y su relación inservible para determinarlo. En cierto sentido, la escritura intentaría ubicar momentáneamente estas pequeñas capturas que poco a poco van desapareciendo, para con ello paliar el olvido al que están abocadas (ya sea por saturación o por cancelación).
El libro, dividido en cuatro partes, comienza con «Sobre el cielo de Oz», donde encontramos cuatro poemas al borde de la tirantez, de la desaparición, que se resuelven en pocas palabras y que muestran cómo el caminar se desarrolla en un lugar desconocido, ajeno y al mismo tiempo habitable; “Es caminar por el cielo del trópico”. Gracias a los «Adoquines» obtenemos una sensación de discurrir y de avance que se ve matizada y ampliada por el descenso a través de los peldaños que encontramos en los poemas: “Un peldaño menos, // Ventilador. // El rastro occipital de su escritura”.
Esta primera parte estaría estrechamente ligada a la última, «El tiempo del bambú» que compone en poemario. No es que se produzca un juego de circularidad, como podría pensarse de inmediato, sino que la unión se hace aquí para formar una especie de báscula. Así, no importaría, siempre metafóricamente hablando, solamente el “peso físico”, sino todo lo que le rodea, el espacio, el movimiento o la rotación. De esta manera, el proceso de pesaje material se torna inexacto, subjetivo, impreciso e incalculable pero al mismo tiempo se revela vital, dueño de su propio vacío y su propia escritura: “entramos y salimos del vapor // ser lentas / hablar menos, / pesar menos”. En este sentido habría que señalar que en ambas partes los versos cortos se acaban imponiendo frente a los de las dos partes centrales, donde el discurso se extiende sin cortes y desbordando las posibles distinciones genéricas. Del magma central se desprenden fragmentos de escritura que poco a poco van desapareciendo y dejando a las palabras cada vez más solas hacia el silencio. Y es en ese punto donde se produce el mayor conocimiento/desconocimiento y donde la escritura comienza a superponerse en la eterna creación del signo (que no necesariamente es reescritura).
Es por ello que las dos partes centrales, «Gladiola digital» y «La perla» responden a motivos y temas diversos pero coinciden en cuanto a perspectiva técnica y efecto poético. La confluencia o confusión temporal se muestra determinante en cualquiera de estas partes. Así, conviven en ellas diferentes tiempos que hacen que la reflexión digital vs. no digital adquiera un calado más hondo y se apunten nuevas direcciones que completan y complican (sin cerrar de manera definitiva) el panorama. En este sentido, los espacios se reducen, una ciudad deja de ser lo que habitualmente conocemos como tal y asistimos a la unión de diferentes localizaciones que adquieren significantes y significados totalmente nuevos. Así, la suma de distintas localizaciones urbanas conforma un nuevo territorio y espacio de convivencia alejado del habitual.
La memoria, la creación de los recuerdos y su selección y combinación son un factor determinante en estas composiciones, en las que se mezclan los samplers y los bucles con un resultado no preciso, pero sí significante y postnuclear: Puerto rico digital:
“Los cajones aparecen en este palimpsesto para dar entrada a los detalles y al azar. Del cajón que nunca había visto en casa extrae una postal. La había escrito él, el hombre de la isla con letra elegante. Una foto desde Florencia, del campanile en blanco y negro, con los bordes puntiagudos. La recibió en Madrid. Una ciudad que raptó e inauguró una estela de desencuentros.
Madrid abduce. Treinta años después, en el avión de Aerolíneas Mexicanas, una mujer puertorriqueña contó que él murió joven, que quedaba obra suya en el museo, en Miramar. Una perla en la vitrina con su nombre, la gota conceptual que resume todos los gestos de un cruce atlántico.
No hay círculos concéntricos sino un vaho preciso con sabor de coco donde confluye la memoria. Ahora llamo desde la isla y te digo que él se abstrae, como las carpas amarillas y naranjas del museo y los NENÚFARES DEL JARDÍN.”
«Gradiola digital» = GLADIOLA digital
Gracias por la corrección 🙂
Gracias a ti Lei por pasarte por aquí y apuntar la errata.
Un placer y hasta otra,
Pablo