“Podría estar atropellándome un coche./ Pero estoy aquí”. Así comienza Sustituir estar de Julián Cañizares Mata, un libro singular tanto por su expresión como por el alcance de su planteamiento, que parte de la observación de lo usual para adentrarse en la evidencia del cambio, tanto propio como externo, que concurre con el paso del tiempo. A través de esta certeza de presencia (es fuerte la carga semántica de ese primer adverbio) y situado en una terraza cualquiera, el yo lírico que se formula en estas páginas adopta una postura de extrañamiento en relación a todo aquello que (lo) contempla. Pues es mediante la observación de los detalles del paisaje, el ritmo de la vida urbana y su mobiliario (serán recurrentes los pájaros y los niños) como éste se dispone a reflexionar, con la misma falta de afectación, sobre su propio acto de estar. En cierto modo, podemos decir que en estas páginas se lleva a cabo una apertura de la propia experiencia hacia el afuera, para así acometer una reflexión más íntima en torno a la propia entidad puesta en relación con lo demás; en tanto el yo lírico se comprende a sí mismo como sujeto que establece una relación transitiva con el mundo, y más especialmente con su entorno más cercano.
Teniendo esto en cuenta, no podemos entender de manera aislada la existencia, que aquí se nos presenta en singular, sino en continua participación con todo aquello que la excede (estar implica siempre estar con), de tal forma que en estas páginas no encontramos lugar para la indiferencia, como tampoco para el más leve solipsismo.
«Hay días que pienso muchas veces en mí.
Esos días me fijo más en las cosas, visito
los parques, escucho el ruido de las terrazas»
Porque pensar en uno mismo es también pensar en lo(s) demás; superando la mera observación para asumir de forma consciente la pertenencia a eso otro que se observa, dado que se trata de un ejercicio de reflexión que lleva implícita la idea de regreso: el retorno hacia uno mismo. En este caso, cabe señalar la simbiosis entre el sujeto que observa y el lugar de observación, aquel espacio desde el que uno se proyecta sobre lo demás para dotarlo de sentido (el padre que pasea con su hijo, la mesa que carga hasta su casa…); de modo que la terraza no es ya sólo el correlato de su existencia, sino al mismo tiempo la coordenada exacta en la que se convocan el resto de posibilidades y momentos. Como si fuera posible suspender el curso de la vida para instalarse a contemplar la gravedad, en términos de intensidad, de sus intervalos; esos espacios intersticiales que no suelen notarse demasiado, a pesar de que en ellos radica el verdadero mecanismo de las sucesiones. Ese espacio-entre que consiste en el instante que ocurre entre la pausa y las acciones, porque la vida también consiste en dejarse ser, en respirar sin más.
Por lo mismo, es fundamental atender al marcado presentismo de estos poemas, pues en él se expresan las dos posibilidades que dialogan de forma constante en este libro; por un lado la reflexión sobre estos espacios intersticiales en los que se juega la vida (los tiempos muertos) y por otro, el desgarro de las sustituciones; una polémica vital muy bien planteada en el segundo bloque de poemas titulado El grito emocional de las sustituciones. Es ahora cuando encontramos una serie de textos que nos hablan del cierre de la experiencia, donde cada sustitución es en sí misma una forma de comienzo que ha de contemplarse en términos de oportunidad y posibilidad vital única; esto es, como un hecho definitivo en atención a la fungibilidad de la materia y su carácter perecedero. De ahí la importancia de atender a los espacios (los lugares comunes) y a eso “infraordinario” (G.Perec) que los habita y que constituye el ruido de fondo de la vida; como podemos inferir de la elección de Conil en lugar de Coney Island, que va más allá de un fácil juego lingüístico, demostrando la importancia que tiene el hecho de invertir la propia conciencia sobre el espacio. En consecuencia, no se trata tanto de localidades como de estados del ánimo, pues lo que encontramos son espacios performados por la mirada y la acumulación de momentos de aquel que los observa, y cuya proyección, aunque singular, es siempre y por defecto evanescente; pensemos si no en la sensación de extranjería que experimentamos, muy frecuentemente, al regresar después de mucho tiempo a un lugar determinado.
Así, mientras en Un Conil de mi mente encontrábamos una normalidad en flujo, en El grito emocional de las sustituciones apreciamos un aparato poético basado fundamentalmente en las discontinuidades, en la incorporación del vacío a la experiencia y en la posibilidad misma de reemplazo. En definitiva, una serie de poemas, todos nominados, que fluctúa entre el vivir desprevenido y la exploración consciente de los momentos concretos. Otra forma de certeza que se expresa en este caso a través del miedo en tanto límite para la vida, que una veces se pone de manifiesto a través de la forma “aire”, que permite la respiración, pero al mismo tiempo limita nuestro espacio, sustituyéndolo. Y otras, tomando la forma de la muerte, que es la sustitución definitiva que vendría a protagonizar el hijo, dando así lugar al resultado de una acción que redime el dolor de la experiencia de estar vivo, la “rozadura enorme” que conduce a ese grito emocional inevitable. Tal vez porque conocer la conclusión de una vida, recaer en la propia idea de muerte, propicia una sensibilidad distinta hacia las cosas, y entonces la sustitución se entiende como el sentido verdadero de una vida que vivimos normalmente y sin hacerle muchas preguntas.
Entre un punto y otro, las sustituciones se presentan como signos útiles de la experiencia, como levedades (un cedé, un libro, una lavadora rota) a las que se les puede dotar de una cierta relevancia, pero que en realidad son pérdidas que no llegan casi nunca a ocasionar verdadera polémica, ni agravio, ni nostalgia. Como vemos, se proponen dos formas distintas de afrontar el curso del tiempo y las sustituciones, un proceso natural que se revela abrupto y doloroso cuando éste incide en la propia existencia, que es cuando uno asume y prevee su propia pérdida. Si en el aire, en tanto límite, uno podía entender además de una forma de sustitución una posibilidad para la vida, para estar (de nuevo) aquí amablemente con las cosas; con el tiempo y su transcurso, uno se hace consciente de la relevancia de la verdadera pérdida, que es la violencia de la sustitución definitiva de un estar por otro estar que no será nunca más el propio.
Tus ex-compañeros del IES Grupo Cántico te envían un cordial y cariñoso saludo.¡Eres un crack!