¿Qué literatura encontraremos en la gran masa de los hechos?
FRANCO MORETTI, La literatura vista desde lejos
Hace unos años, cuando aún recorría las rúas de Lisboa, la gente hablaba de un escritor joven como si se tratara de un gran descubrimiento. Fue, desde luego, la comidilla intelectual de entonces. Fixe. Tan acostumbrados como estamos a los filones mediáticos y fenómenos culturales de masa, bien me parecía que el joven escritor respondiera perfectamente a las necesidades estratégicas de una industria cultural en declive. Su aparición podría tener un claro objetivo: animar un mercado editorial, el portugués, que todavía vive de los réditos de un Pessoa ya en merchandising y de la resaca de una generación poética, la que aglutinó sus versos en torna a aquel año de 1961, fuerte y desestabilizadora. Lo sensacional –y lo digo en el sentido en que hoy entendemos los hechos, mediáticamente- fue que, tras salir el nombre de Gonçalo M. Tavares de un reputado premio literario, las librerías se llenaron de cuantiosos títulos del autor en muy poco tiempo. En cambio, desde un ámbito más gnoseológico se abría de nuevo la brecha entre lo anónimo y lo público para mostrar el baudelairiano panorama que recoge a ambas categorías: la multitud lisboeta que se reúne ante la novedad, frente a la desconocida soledad del escritor ante la toda la literatura. El hecho de escribir mucho y bien, y tocar todos los palos literarios (sin llevarse él ninguno), tapaba, sin embargo, el acontecimiento real, el sentido de aquella escritura múltiple y en multitud: literatura de fondo (del cajón), literatura fruto de la constancia y del trabajo, literatura del que lee literatura, literatura de años, literatura errática, la del aprendizaje, la del conocimiento. Y es que en los hechos, en la superficie fantasmagórica del panorama, en lo aparentemente novedoso, también se escora el acontecimiento; la misma distancia ontológica que marca la portada de un suplemento cultural respecto a la escritura que espera, a oscuras, en tópico cajón. De allí, sin duda, han salido las obras conocidas como «Livros pretos» (Libros negros: Um Homem: Klaus Klump, A Máquina de Joseph Walser, Aprender a rezar na Era da Técnica y Jerusalém); libros todos con las tapas negras y, lo que más interesa a la crítica de Afterpost, literatura con plena conciencia de oscuridad, con capacidad para cuestionar, reflexionar y experimentar narrativamente, sin dejar por ello de ser una escritura brillante que desemboca, al final, en novelas poéticamente incómodas.
De entre tanta oscuridad destaca Jerusalén (Mondadori, 2009), precisamente por hacer de los límites de la conciencia humana algo insoslayable y manifiesto al mismo tiempo, cosa que se lleva haciendo siempre tanto en literatura como en filosofía por medio de la palabra. Ahora bien, la intención de esta novela no es reproducir, sino más bien mostrar un pensamiento que surge en el seno de la literatura, en la fábula y en sus personajes. Por eso mismo, no se trata aquí de introducir conceptos abstractos que se signifiquen en la literatura del portugués, ni siquiera de extraer de sus pasajes una interpretación que explique una realidad histórica o lógica. Jerusalén es una realidad en escape. Sus personajes (Ernst, Mylia, Theodor, Hanna, Hinnerk, Kass, Gomperz y algún nombre judío más) no son otra cosa que figuras estéticas (Deleuze) que surgen por y para la narración literaria. A partir de ella se genera una especie de vitalismo, en este caso fruto del sufrimiento, del dolor y el horror (en tanto que acepciones generales), pero que se concretizan en las acciones o, lo que es igual, en los encuentros que mantienen estos personajes estéticos. Así, la preciosa trama de la novela está organizada, gráficamente, en capítulos como entrecruzamiento de sus variables no representativas (personajes), aunque sean estas muestras personalizadas de la oscuridad acumuladas por el ser humano. Por eso son estéticos estos personajes: porque operan sobre un plano de composición como imagen del universo de la que se diferencian. La doble condensación de esta obra, -la de la Historia en la fábula y la del concepto en personaje estético- se formula interesantemente en el empeño de Theodor Busbeck, cuya percepción de los fenómenos está a la deriva entre la medicina (científica, pues) y la captación (fenomenológica, al parecer) de fuerzas intensivas y nunca de hechos reseñables:
“Pero no busco tan sólo la fórmula que resuma los efectos del horror, que resuma aquello que el horror ha hecho en el pasado. Pretendo alcanzar otra fórmula, una fórmula que permita prever, que permita actuar y no solo contemplar o lamentar. Pretendo llegar a la fórmula que resuma las causas de la maldad que existe sin el miedo, esa maldad terrible, casi inhumana porque carece de justificación.”
Así como la Historia (del terror universal), la Ciencia que quiere inventar Gonçalo M. Tavares por medio de su personaje es la del escape de un estatuto mayor o representación institucional de cualquier idea de progreso para alcanzar una sociedad del bienestar. Por eso la ciencia que plantea el personaje Theodor es, a la vez, potencial en la narración y fallida fuera de ella, puesto que su intención es calcular la magnitud del terror. La distensión entre historiografía y poesía transcurre por esta narración ya como espacio indiscernible. En ese sentido la novela expresa “micropolíticas del horror”: fuerzas igualmente poderosas que actúan sobre las estructuras de poder hasta hacerlas desvariar, pero sin conseguir desasirse de ellas completamente. Es decir, el ficcional cáncer de Mylia respecto al genocidio judío históricamente localizable, por ejemplo, o la escritura del portugués (culturalmente y lingüísticamente descentralizado en Occidente) en relación a una literatura que se hace universal y lugar común para todo escritor: Kafka, Musil, Walser, Hesse.
Con el sórdido devenir de estos personajes de nombre hebreo respecto a la tragedia política del pueblo judío, el dolor pequeño y el sufrimiento mayor quedan neutralizados en una narración que transcurre como fuga también de cualquier razón religiosa. Es por eso que el salmo 37 agencia, conecta y distancia la Biblia de la literatura que se escribe maldiciendo: «Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha».
ANTONIO J. ALÍAS