Si tuviéramos que resumir la radiografía del libro de Wiener en una nube de tags quedaría algo así: poligamia/ cárcel/ transexual/ porno internet/ tuneros/ cerdos/ donación de óvulos/ sexo en grupo/ embarazadas… Estos son los temas que toca Sexografías (Melusina, 2008), una revisión de algunas crónicas ya tópicas del reportaje actual, a las que se suma una original colección de textos en torno al sexo, concebidos desde la ya clásica premisa mediática: ofrecer lo inaccesible, poner al alcance de la clase media lo que permanece fuera de su radio de acción, por razones que van desde la geografía hasta el catolicismo. La profundidad de las incursiones y el formato elegido (la literatura), hacen de este libro un alegato a favor de la capacidad de penetración de la palabra en plena era de la imagen. La herramienta (el fotógrafo, la unidad móvil), siempre denuncia el experimento. Wiener se limita a establecer una convivencia neutral con los personajes de sus historias, sin mediación de los roles periodista/sujeto-noticia que son inevitables con la tecnología de por medio. Además, con Wiener la sensación es que el libro siempre fue el punto de llegada. Son muchas las antologías de textos periodísticos que naufragan porque los artículos no funcionan fuera de su contexto mediático original, de su amparo ideológico y su ciclo informativo. Aquí el libro sí funciona como genuino medio de comunicación.
¿Cuándo el periodismo se hace literatura? En Sexografías no hay imaginación, ni catarsis. Hay un relato de descubrimiento que va suministrando revelaciones sin sobresaltos. Su literariedad reside en las propiedades del lenguaje, en cómo la experiencia se transvasa al discurso con estilos y ritmos propios de la narrativa. En sentido contrario, del periodismo se aportan algunas de sus mejores bazas: el esfuerzo por la objetividad (en zonas tabú donde la subjetividad casi siempre deviene en cliché), y el atractivo del directo, de la crónica a tiempo real. También se nos ahorra uno de sus vicios más indeseables. No hay inducción. Cada historia no se convierte en un paradigma del cambio social. No hay revelaciones sociológicas. No hay búsqueda del “interés general”. El relato se agota en la singularidad de sus protagonistas. Sexografías no toma el pulso a la sociedad. Habla de la condición humana: eso es literatura. Y al final, el propio observador se ve incluido en el encuadre.
En la literatura de campo casi todo depende de la relación que se establezca entre el observador y la cosa observada; lo mejor de Wiener, sobre todo en la primera parte del libro, tiene mucho que ver con su personalidad como cronista: se la ve libre de pulsiones ególatras, dueña de una tolerancia espontánea, de una bondad respetuosa y solidaria, que la llevan a empatizar con la gente que retrata en sus reportajes. Por empatizar, empatiza hasta con los cerdos. Con esa soltura, Wiener logra contagiar “normalidad” a las paradas de monstruos, a los apartaderos de la sociedad, a las sub-culturas que frecuenta en sus artículos. De su labor parece desprenderse una lección: cuanto más sucio es el tema, más limpia debe ser nuestra mirada.
Como algunos de sus protagonistas, Gabriela Wiener también trabaja con su cuerpo; también lo pone al servicio del cliente (en este caso, el lector). Y gradualmente, la observadora pasa a ser la cosa observada. El ejercicio tiene algo de show en plan “el último superviviente”. Cuando nos relata cómo se saca la leche sobrante en su embarazo, o cómo se masturba viendo el canal 25, o cómo le extirpan unas glándulas mamarias mutantes de debajo de los sobacos, nos damos cuenta de que el striptease de Wiener, de puro integral, la libra hasta de su propia piel, y trata de seducirnos con nivel de desinhibición poco registrado hasta la fecha, al menos en literatura. Son habituales los productos que degradan un valor originalmente elitista a una versión apta para el consumo de masas. Menos común es lo contrario: la sublimación de un producto chabacano hasta hacerlo digerible para la clase intelectual.
En Sexografías, el reality televisivo se traduce a los códigos high brow, haciendo interesante para el lector ilustrado un material que se explota desde hace décadas en la televisiones generalistas. La extraordinaria calidad de Wiener como narradora, y la altura literaria que alcanzan algunos de sus textos (sobre todo en la primera parte), logran casi lo imposible, aunque no la libran de de cierta sospecha. Por desgracia, las sospechas se ven confirmadas cuando Wiener decide dedicar el último tramo de su libro al marketing. El último capítulo, nos dice, es en realidad un capítulo de su próximo libro, por lo que, entendemos, se nos ofrece a modo de trailer. Funcionando como final, relata, entre otras cosas, la desazón de una futura mamá por no poder disfrutar del grimoso ambiente de las fiestas empresariales que se organizan en Barcelona en Sant Jordi. No se me antoja peor ocurrencia que sacrificar la última línea de tu libro a la publicidad (probablemente, los organizadores de esas fiestas no estarían de acuerdo). Es en esa última línea cuando nos advierte que el último capítulo del libro es un trailer del siguiente, donde se testimonia la experiencia más gonzo que ha vivido hasta la fecha: “ser madre”. Es así como Wiener rubrica un happy end a la americana que a punto está de descalabrar su credibilidad como artista. Por suerte, Sexografías es más que ese final.
Entre los elogios de escritores de renombre que condecoran su contraportada, hay uno de Rodrigo Fresán: Wiener pone el cuerpo y las palabras; pongan ustedes las manos para sostener y tocar todo lo que escribe (…), gocen de una de las voces –literal y literariamente- más sexys de los últimos tiempos. Lo contradigo. Mientras lo sexy se halla demasiado próximo a lo sexista, la autora precisamente destaca por una exploración no sexista de su género y de su cuerpo. La ausencia de lo sexy es exactamente lo que la diferencia de Carry Bradshaw, la prota Sexo en Nueva York. Bradshaw sí es el paradigma de lo sexy: status, limpieza, sensualidad, y finalmente, más besos que penetración. En Wiener, todo es penetración sin beso: en la cárcel, en la vida de un transexual, en el coche de un tunero. No hay una sola línea de literatura erótica en el libro, ni una sola línea sexy, destinada a ponernos calientes. En su escritura, Wiener no puede ser erótica porque se parece demasiado a la mejor Mafalda: una hija de los ismos de los 70, blindada contra la estupidez gracias a un sentido revolucionario de la normalidad, que sobrevuela con elegancia la feminidad y el feminismo.
MIGUEL ESPIGADO
[…] Gabriela: Sexografías. Barcelona, 2008. ISBN: […]
La mejor crítica que he leido del libro.
Coincido en que no busca ser sexy en absoluto.
me encanta su estilo y su historia de los cerdos fue demasiado. Gracias 🙂