Para un crítico literario, Los Muertos (Mondadori, 2010) es lo más parecido a un buffet libre que puede darse en un libro, lleno de sabrosas opciones para componer una reseña al gusto. Habrá que ir, entonces, al grano y sin remilgos. En esencia, se trata de un pastiche que se divide en dos partes; la más extensa, imita una serie televisiva de la industria cinematográfica estadounidense, cuyo motor argumental podría resumirse así: en el distópico mundo actual conocido, un suceso sobrenatural lo cambia todo para siempre. La otra parte, breve pero más importante, la forman dos artículos académicos que analizan los grandes efectos sociales que esta serie imaginaria está teniendo entre sus millones de seguidores, aclaran los entresijos de su producción, ofrecen una cuidadosa hermenéutica sobre el laberinto argumental y referencial, y finalmente desvelan su sentido global como metáfora del exterminio. Como obra de múltiples lecturas, Los Muertos propone una hipótesis sobre un mundo plagado de referencias metaficcionales, traduce al lenguaje literario el código serial cinematográfico, teoriza sobre la recepción de un producto cultural imaginario, arroja luz sobre fenómenos culturales de la actualidad, y posiblemente alguna otra cosa de la que ni nos hayamos enterado. O sea, serve yourself.
De la presencia de tantos niveles de discurso y metaliteratura, la teoría se alza como valor fundamental de la experiencia de lectura, y quizás por eso merezca la pena recordar declaraciones vertidas por dos novelistas en un artículo firmado por Nuria Azancot el pasado 12 de marzo en El Cultural, donde se intentaba, una vez más, enfrentar a algunos escritores contra lo que se ha configurado como el grupo de narradores “mutantes”, donde siempre se inscribe a Jorge Carrión. Rescato dos críticas a su programa grupal: “cosa distinta son los epígonos que van surgiendo y las formas en que a veces se han presentado los autores del grupo, que en mi opinión confunden la literatura con la paraliteratura. Me sorprende que tengan un discurso teórico sobre su propia obra infinitamente más complejo que la obra en sí” (Menéndez Salmón). “Ora et labora: menos teorías histórico literarias y más creación de primera mano” (Álvaro Pombo). Pues bien. Si algo prevalece en Los Muertos es el esfuerzo por introducir teoría en la literatura hasta fundirse (que no confundirse) en una sola cosa. No es que Los Muertos no logre lo que propone su teoría, es que lo logra, precisamente, a través de ella. La motivación de Los Muertos no es diferente a la de Borges, cuando inventaba ficciones sobre libros que jamás existieron: la descripción de una literatura (o una televisión) posible como forma literaria, tan válida como su realización extensiva. Que unas veces el objeto de tal teoría se declare ficticio y otras veces real, no me parece que la dote de una mayor o menor literariedad.
Recordaré, sin embargo, que Los Muertos es una hipótesis sobre una serie de TV que se articula ante todo a través del pastiche. Como muchos otros novelistas, Carrión ha postulado su modo particular de traducir la ficción fílmica al lenguaje literario. En su caso, traslada la información que sería propia de un storyboard, sin grandes efectismos dramáticos o atmosféricos, ofreciendo la esencia del plano, lo que resumiría el detalle significativo, argumentalmente relevante, de cada tiro de cámara. En su esfuerzo por ser fiel a esta focalización, en la primera parte de la novela, el lenguaje se adelgaza tanto que a veces se queda en una escaleta de sintaxis artísticamente escasa. La segunda parte, menos constreñida, va ganando literariedad por momentos, conforme queda atrás ese objetivismo en beneficio de una mayor recreación estética. Especialmente revitalizantes me parecen las últimas escenas de muerte y destrucción.
Las películas de la industria estadounidense a menudo se crean, no como obras originales, sino como nuevos colages de un repertorio creciente de recursos fílmicos que van siendo asimilados por la memoria colectiva, creando un mundo ficcional, superpuesto, cuyas posibilidades, lógica y verosimilitud, son bien acogidos por el espectador iniciado. Carrión demuestra hablar ese lenguaje a la perfección, y pone a funcionar una poderosa máquina de combinatoria, la máquina de hacer películas, para confeccionar su novela. Desvela Los Muertos una asimilación profunda, sin fisuras, del imaginario y la dinámica de la ficción cinematográfica, lo que da buen ejemplo de cómo está formada la imaginación de los nuevos adultos (no más niños), donde toda la ficción –fílmica, literaria, publicitaria- se funde en un solo territorio indistinguido. No tiene sentido seguir llorando; pronto dejarán de existir los escritores de escrupuloso registro literario. Y los que queden, serán como una especie de amish, tan privados de los códigos de su tiempo, que necesitarán áreas protegidas para su supervivencia. Los Muertos es pura metaliteratura porque, de forma veloz, el concepto de literatura está siendo ampliado. En realidad, esto viene a demostrar que el primer axioma del posmodernismo continúa en plena vigencia: “todo es texto». Y a su vez, sus lectores corresponden. Si de algo extrae fuerza este relato verbal, es de su capacidad de activar la memoria de pasajes presentes en la memoria fílmica colectiva. Pensemos en la forma de muerte más popular en Los Muertos: la desintegración. ¿Cuántas hemos visto ya? ¿Y cuántas veces el limo del Hudson fue revuelto por un bloque de cemento? ¿Cuántas el héroe agarra a un confidente por el brazo? ¿Cuántas veces las calles de Nueva York se nos aparecieron inquietantemente desiertas? ¿Y cuántas revivimos el desastre mundial? Son estos lugares comunes, originalmente hilvanados, los que hacen de Los Muertos un libro evocador.
En su esfuerzo de innovación, Carrión ha logrado una novela que podría dar de comer a todo un departamento de teoría de la literatura. Hay, sin embargo, ciertos problemas técnicos para su disfrute más banal. Es fácil perder el hilo por el gran repertorio de personajes que se despliegan en pocas páginas, que para más inri presentan identidades desdobladas. Y la forma en que el autor ha decidido trasladar a la prosa el modo abrupto en que se cambia de escena en la ficción audiovisual, a veces provocará desorientación en el lector. Como fan de la obra de Carrión, diré que las líneas que más admiro de su trabajo literario no están en Los Muertos, donde sobre todo me falta el compromiso moral que hacen de La piel de la Boca, Crónica de Viajes o Australia, libros singulares en el contexto general de nuestras letras. Su hermenéutica final, donde amplia el sentido de Los Muertos, proponiéndolo como advertencia contra el exterminio, resulta interesante pero, como asociación de última hora, carece de fuerza reivindicativa. Ninguna obra, sin embargo, debería juzgarse por “no ser” otra obra. Los Muertos hallará sus propios lectores, porque cuenta con virtudes para convencer a muchos. Yo, a título personal, me quedo con el Jorge Carrión explorador, desestabilizador de verdades y silencios, que ponía su carne en los espacios, y en los espejos. Me parece más necesario.
Excelente reseña, tanto por lo que con toda claridad afirma, como por lo que, con evidente afecto, mantiene en sombra. Totalmente de acuerdo: la segunda parte del libro es la verdaderamente importante; la primera, mera pantalla en la que la otra se proyecta, podría haber sido tomada de cualquier parte (¿acaso no lo ha sido?), y su precariedad literaria es casi una condición necesaria, falta saber si suficiente.
La ficción contemporánea está condenada a cargar con el fardo de su propio auto-cuestionamiento, pero alguien o algo ha de tirar del carro para que el fardo se mueva, para que la narración avance: «el intelectualismo autorreflexivo se había reducido a un conjunto de fórmulas técnicas vacías de contenido emocional y sin interés artístico. Desentrañar ciertas paradojas cognitivas, explorar los límites del lenguaje no podía convertirse en un fin en sí mismo» (David Foster Wallace, entrevista en El País, 13-6-2000).
….y no creo de ninguna manera, y supongo que el autor de la reseña tampoco, que fuera de los departamentos de teoría de la literatura, el disfrute del lector sea «más banal», es más me consta que en muchas ocasiones sucede todo lo contrario. Saludos y enhorabuena por el sitio. Ángel
No del todo de acuerdo con la extinción de los escritores «de escrupuloso registro literario». ¿Es fantasear imaginarnos aún escritores crecidos en atmósfera inerte (sé que no es la fórmula correcta, pero si digo «en ambiente estéril», os pongo la réplica muy sencilla), que nos ofrezcan algo que sea menos un ejercicio de multireferencialidad (cosa que a mí me agrada sobremanera, por cierto) de lo que lo son las últimas novelas comentadas aquí?
Sobre las muertes y los finales, seguro que coincidiremos: está prohibido que el malo explote. Mis ideales serían la muerte de la criatura en Alien IV (el cerebro succionado por el espacio a través de un agujero en una ventanilla) y la escena de la amputación submarina del ‘Cuarteto de Alejandría’.
Un saludo.
Rubén.
Ángel y Rubén, estamos encantados de recibir comentarios tan inteligentes. Aprovecho para aclarar que, por supuesto, no considero los departamentos de teoría de la literatura una especie de panteón de la inteligencia. Simplemente quería recalcar el gran valor que la obra posee para desarrollar teoría a partir de ella, quizás mayor del que pueda tener como lectura amena, de mero disfrute. Como aportación al tema de “Los muertos” y su teoría, copio un epígrafe que el crítico Antonio J.Rodríguez desarrolla en su crítica a “Los Muertos”, en torno a una característica compartida de la nueva narrativa:
TERCERO: La novela será conceptual, o no será. El arte por el arte no vale nada. Para que una novela sea leída en una época mediacrática como la nuestra ha de ofrecerse a la comprensión, la superación y el misreading: «Por una buena tergiversación yo entiendo un texto que produce otro texto, el cual puede mostrarse a sí mismo como susceptible de una interesante tergiversación, un texto que engendra textos adicionales», señalaba de Man. Parafraseado por Jonhatan Culler en Interpretación y sobreinterpretación, Northrop Frye refirió como el punto de vista Little Jack Horner «la idea de que la obra literaria es como una tarta en la que el autor “ha introducido diligentemente cierto número de bellezas o efectos” y que el crítico, como Little Jack Horner, va sacando uno tras otro de modo complaciente exclamando: “¡Oh, qué bueno que soy!”» Aunque suene burlesco, el proceso de explicación del sentido de cualquier texto polisémico es ése. Reconozcámoslo. No hay nada malo en ello.
Sobre las muertes, creo que la succión del Alien es impresionante. También tengo grabada (cosas de niños), la del antagonista que bebe del cáliz equivocado en la tercera de Indiana Jones. Saludos.
Creo que a día de hoy, estudios culturales mediante, se pueden elaborar cantidades ingentes de teoría sobre el envase de los Kelloggs o sobre cualquier otra cosa, sin que esto añada un ápice de valor artístico al objeto estudiado.
Los Muertos me ha gustado bastante más de lo que quizá traslucen estos comentarios, pero creo que una buena parte de su potencial literario (escenarios, personajes, situaciones) resulta desaprovechado precisamente por ese afán de convertirlo, en primera instancia, en material teorizable. El afán teórico hace, si se me permite un símil futbolístico, que se le juegue al pie al lector, cuando todos sabemo que en la buena literatura, como en el buen fútbol, al lector hay que jugarle al hueco.
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