Toda la obra poética de Antonio Méndez Rubio está sustentada sobre múltiples ejes contrapuestos, que lejos de contradecirse, alimentan una visión amplia y estructurada de la poesía. En permanente lucha por encontrar puntos de contacto con la realidad, atrapa mundos que apenas permanecen el tiempo suficiente para ser nombrados. La luz se vuelve, de este modo, elemento indispensable de su poética, pues es la encargada, en ciertas ocasiones, de hacer visibles las cosas pero también, en otras, de velarlas con un exceso lumínico que impide su aprehensión. Así, en el polo opuesto a esta actitud veladora se situaría la oscuridad, “la noche para ver” que es la premisa desde la que parte su último libro, Extra. Un nuevo recorrido por las posibilidades del lenguaje frente a la realidad.
La mirada resulta ser, entonces, uno de sus principales planteamientos, ya que como señalábamos, se convierte en el elemento jánico que multiplica las posibilidades de percepción. En este orden de cosas, la mirada no respondería de manera unívoca y resolutiva puesto que en ella están contenidas, además de sus limitaciones, su propia refutación y destrucción. De este modo, el juego poético se disuelve y potencia en diferentes centros perceptivos. Pero en lugar de aclarar más la situación, los poemas terminan por suscitar más preguntas, plantear más problemas, siempre en el límite de la imposibilidad nominativa, y, por tanto, al límite del vacío y el silencio. Precisamente, son estos límites, imposibles de delimitar, desde los que parte la aventura de Extra. Así, una de las propuestas iniciales de este poemario radica en la definición de borde que, como bien se ejemplifica en una de las citas liminares del libro, cuestiona la relación con el objeto: “Afuera, más afuera / ¡se rompe la sutura!”. O dicho de otro modo, la duda permanente entre el ser y ser otro, de tal manera que, lo extraordinario se perfile como elemento a analizar por su relación con el objeto o por su superación.
En este sentido, el título de la primera de las seis partes, «Umbral», nos abre la puerta a varios de los planos que se exploraran a lo largo del libro. En este primer momento, encontramos un territorio oscuro, que permite al tacto y a la actividad de la escucha dejar en un segundo plano a la visión. En esta actividad comprensiva, el errar en el camino aparece como una de las alteraciones más importantes de los poemas pero, como veremos más adelante, acaba por ser una acción imprescindible. De este modo, partiendo de los límites de posibilidad del lenguaje, el segundo movimiento del proceso, después de la percepción, se ve aquí como algo secundario, como una aspiración de difícil materialización. Por eso, en este terreno incierto, un hallazgo, una interrupción del azar en favor de un instante es el motivo del poema. Surgen así, zonas de entrada no codificables o sistematizables, pero sí “capaz(ces), no duradera(s).” De esta certeza parte la posibilidad de escribir poesía:
SUEÑO DE LA EXPRESIÓN
Puede ser de repente.
Muro por muro:
nunca
sonando en la memoria
de tanto pedir
luz,
pero no
para hablar, no
para ver
abrirse sin nosotros
un cielo posterior.
«Umbral» no es un catálogo de descubrimientos o encuentros fortuitos, sino la huella de un intento, un programa teórico y su realización, disuelto en el errar.
En este sentido, la forma sufre, a lo largo del libro, varias rupturas. En algunos casos, como en la última sección del libro, el lenguaje se quiebra y reduce al máximo. Pero, sin duda, las rupturas más llamativas las encontramos en el desplazamiento contrario al anterior: segmentos que desafían la forma convencionalmente poética en un despliegue textual, que acerca los fragmentos a lo narrativo. Como ejemplo de esta segunda opción encontramos el poema “Acto de amor”, los tres primeros textos de la quinta sección y la segunda parte del poemario, titulada «En ausencia de música». En este último caso en concreto, la voluntad de espera y escucha es la que provocan dicha alteración. Por eso, de estas dos actitudes surge la imposibilidad del canto como herramienta para la delimitación u objetivación de eso que en la primera parte llamábamos, a falta de una expresión más certera, hallazgo o instante de realidad: “¿Qué impresentable pacto se rompe ya cuando lo que se oye al momento es la negación del canto?”. Esto funciona como nueva huella dentro del itinerario propuesto en Extra. De esta manera, la ruptura se ejecuta en dos planos, en el formal —ya mencionado— y en el lingüístico, a través del sistema que componen percepción-representación.
Después de esta ruptura, accedemos a la tercera parte del libro, «La consigna», donde cobra especial protagonismo todo lo que no se ve, lo que permanece oculto a la visión y, sin embargo, está presente. Se acentúa de nuevo, así, la necesidad de exterioridad y el protagonismo de sentidos como el tacto y el oído, ante el desconocimiento y la vastedad del contexto, donde “las rejas / vuelven imposible el recinto / aunque sea de una forma imposible” y donde los metafóricos árboles “viven de la segura / ceguera del lugar”. En esta necesidad de exterioridad se proyecta una especie de exilio interior, que obliga a la búsqueda de mundos y nuevas percepciones para no caer en la más vacua y pura abstracción y en la locura:
5
Ahora que sales de pronto
con las manos separadas, sueltas,
a la intemperie sin sitio
de la heredad vencida
di
la verdad:
¿hay peor
oscurantismo que el de la obviedad?
¿queda en contra algún haz
de juventud?
¿condición más posible?
¿no es suficiente trampa, o fiesta,
la de batirse a tientas
con esa claridad a distancia del mundo
para no ser en silencio
de nadie,
para poder vivir?
Abierta ya la herida de los nuevos mundos, cabe preguntarse, y así se hace en la cuarta parte del poemario —«Por no decir»—, sobre la fisionomía y desarrollos de los mismos, poniendo así de manifiesto el engaño. A estos nuevos mundos, que añaden formas de percepción, se asocia directamente el hecho de desconocerse. O lo que es lo mismo, caminos que se abren y que contienen el germen del descaminado. El sujeto se encuentra entre lo inservible de la memoria, el engaño de avanzar y la imposibilidad de la voz, sin otro consuelo que la intemperie. Las verdades insuficientes, la necesidad de volver a nombrar o la heredad perecedera nos vuelven a llevar al silencio, al borde del decir: “Preparar la emboscada, / no es otra cosa que un lugar / para aprender a perder.”
Con esta constatación llegamos a la quinta sección del poemario «Si todo fuera así», donde un reclamo vital recorre los poemas, a modo de aliento, asumiendo la cortedad (¿imposibilidad?) del decir. De tal manera que, el itinerario que antes veíamos que se aproximaba hacia el umbral, ahora toma el camino opuesto y se propone la salida del mismo, no como camino definitivo e insoslayable, sino como impulso, donde, ahora sí, la experiencia y la visión toman partido. Poemas que ofrecen el contrapeso y completan las apreciaciones-exploraciones previas:
Así es. El
tiento de esta ilusión, del aire
desentumecido,
es que se lo debe todo
a la necesidad de ti, a
tu confirmación
de vida que va a más: a-
sí es.
De este modo, al final del libro, «Ley de la gravedad / Parábola del objeto», se recoge todo lo planteado en los momentos precedentes. Mediante la reducción del lenguaje, a la que hacíamos alusión previamente, nos aproximamos al silencio. Así, como leemos en la cita que cierra Extra, “del mismo modo que los objetos son atraídos al suelo, también los sonidos son atraídos al silencio”. Este coherente trayecto en torno al silencio, ofrece al lector la oportunidad de volver al inicio, volver a leer. Una nueva posibilidad de observación, de escucha, de espera: una nueva posibilidad de atención: “La suerte de escuchar”.
PABLO LÓPEZ CARBALLO