Coincide la publicación de esta reseña tardía de la novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010) con el advenimiento de un original suceso literario: el último número de la revista Quimera, aparentemente normal en sus contenidos y su distribución, se ha desvelado a posteriori como un artefacto literario creado íntegramente por Vicente Luis Mora. Una vez leído este falso Quimera, ya no es posible explicar Alba Cromm sin recaer en las líneas visibles que unen ambos textos, y a la vez los conectan con el resto de la ya extensa obra del autor, que cada vez se parece más a esa red o rizoma que siempre ha defendido como estructura ideal para la cultura en este nuevo siglo. Miles de referencias y citas vinculan sus páginas (o sus pantallas) a otras páginas, imágenes, películas, videos, etc, suyas o de otros, aumentando en densidad y complejidad de la misma manera que lo hace el universo que Mora ha convertido en principal fuente de inspiración: Internet. Del mismo modo que no se entiende un artículo de Wikipedia sin todos sus hipervínculos (y la posibilidad real de recorrerlos), cada vez se entiende menos la literatura de Mora si no como parte de ese todo que conforman sus ensayos, sus post, sus artículos académicos, sus novelas, sus poemarios, sus intervenciones, etc, dando lugar a un doble juego que enriquece en gran medida su lectura pero también lo somete a una dura prueba de coherencia. Existirá quien se lea felizmente Alba Cromm o Quimera 322 sin mayor preocupación que la de disfrutar de lo que hay encerrado entre sus páginas. Pero también habrá lectores que conocerán las consignas que Mora, en calidad de crítico y ensayista, ha ido estableciendo sobre cómo debía ser la literatura del siglo XXI. Inevitablemente, cada nueva obra suya habrá de rendir cuentas ante sus propias reivindicaciones, que van más allá de una típica labor crítica, y casi forman un imaginario, una metaficción sobre una literatura posible.
Como lector de la obra de Mora, tengo en la cabeza una abstracción de su sistema de valores literarios. Y será de esa memoria intuitiva, no de citas literales, de la que aquí me valgo para concluir que tanto Alba Cromm como Quimera 322 se adecuan a la preceptiva moriana, pero que Quimera 322 resulta una aportación más valiosa, coherente y original. Alba Cromm, sin ser una novela predecible, sí es un libro algo falto de genio. Quimera 322, en cambio, resulta una novedad sorprendente en el panorama actual, si bien no le faltan precedentes, como el propio Mora se preocupa en glosar en varios artículos del propio número. A continuación, voy a comparar algunos aspectos de ambas obras en relación a principios relevantes de la literatura crítica del autor.
Lo fragmentario
A lo largo de los últimos años se ha vuelto recurrente en la crítica española el adjetivo fragmentario para referirse a las novelas formadas de muchos textos de pequeña extensión, a menudo dispares en tema y tono y más o menos autónomos entre sí. No existe, sin embargo, una definición rigurosa de la novela fragmentaria, por lo que el término se ha convertido en un cajón de sastre en el que se inscriben obras de estructura muy distinta. Para mí, Quimera 322 sería el ejemplo perfecto de obra fragmentaria, no así Alba Cromm. Compuesta como una compilación de textos que se producen rutinariamente para transmitir realidad (periodismo, grabaciones, diarios, mensajes, mail, chat), Alba Cromm elude así la omnisciencia decimonónica y juega a ensayar registros naturalistas que imitan un tono coloquial o neutro. Sin embargo, el autor se toma todas las licencias para adoptar a menudo un estilo literario, organizando las partes hasta formar una novela argumental que desemboca en un clímax de tipo cinematográfico. Este desarrollo basado en la trama también funciona como soporte para intercalar otros textos variados, desde mini ensayos hasta relatos, con cierta relación temática pero bastante independientes del conjunto. Ayuda que la novela finja ser el número especial de una revista masculina (Upman) para justificar estas digresiones y aportar una estructura original a lo que sería una novela argumental con toques de literatura de género. En cambio, Quimera 322 no finge ser una revista, sino que, efectivamente, es una revista. Si la convención dice que una novela ha de ser leída de cabo a rabo, en Quimera 322 el lector instintivamente salta algunas partes, se fija en otras, crea su propia lectura, acercándose a ese ideal de “navegación” con el que Mora quiere asimilar la literatura a las nuevas formas de consumo cultural, como el zapping o Internet. Quimera 322 no tiene argumento, ni personajes, pero es indiscutiblemente una obra de ficción (llena de colaboradores inventados, artículos que abordan libros imaginarios, cuentos…), que lleva un paso más allá la novela fragmentaria, a la que suma el componente gráfico que el autor ya había ensayado en Alba Cromm.
Lo hipermoderno
Mora ha insistido mucho en la necesidad de integrar en la novela el nuevo orden surgido con la última revolución tecnológica, para así contrarrestar el gran peso que la tradición tiene en literatura. Con todo, pese a algunas alusiones internas, nadie discrepará que un ejercicio metaficcional como Quimera 322 responde a un espíritu esencialmente posmoderno. Alba Cromm, en cambio, traslada la acción a un espacio hipermoderno por definición: el ciberespacio. En un futuro cercano, una inspectora de delitos informáticos persigue a un super pederasta y genio informático, sirviendo su investigación para articular una interesante exposición del problema de la pornografía infantil en Internet, tal y como lo vivimos en nuestros días. Además, la novela incluye textos como post, chats y correos electrónicos, llevando a la literatura esas nuevas formas de comunicación, algo que Mora ya ensayó en Circular (Berenice 2007), y que se ha convertido en un recurso narrativo muy habitual. Destacan también los elementos de ciencia ficción que le sirven al autor para evidenciar las posibles consecuencias de nuestro presente. A través de los anuncios enmaquetados entre las páginas de la revista Upman, o los artículos donde se nos habla de la evolución de la red actual a su versión 3.0, se va perfilando un futuro salpicado por la sátira, con líneas de ensayo tecnológico y un leve toque distópico. Poco a poco y hasta el final, Alba Cromm va entrando en la vereda de un mito ya casi folclórico del siglo XXI, con sus característicos arquetipos: el niño-genio informático, el otro genio informático que amasa inmensas cantidades de dinero y poder gracias al éxito de sus aplicaciones, el villano genio informático, el super-sistema (informático) a derribar, los engañosos avatares que enmascaran a depravados usuarios, la heroína sexy y un poco oscura… Para el clímax final, se incluye una interesante versión de la ya clásica escena de hackeo o asalto al sistema; interesante porque en la ficción audiovisual ya nos hemos acostumbrado a esas secuencias de “acción informática”, en las que el genio teclea a toda pastilla mientras emergen montones de ventanitas. Pero, ¿cómo hacerlo funcionar en una novela? Sin los recursos efectistas del cine, Mora recurre a su propia fórmula para “dramatizar” el hackeo: convertir al sistema en un ser emocional, que es doblegado de la misma manera que se gana la confianza de una persona.
Originalidad e independencia
Hay en Alba Cromm varios rasgos de género que la acercan a las corrientes mainstream o comerciales. Quizás sea su protagonista, Alba Kromm, la que más recuerda a un personaje propio de una serie televisiva actual. Así la definirá un personaje: “belleza inteligente, femineidad no feminista, ingenio sin superficialidad, talento arrollador. Representa a una policía cool que nadie hubiera imaginado hace diez años”. A esto se suma a una tematización de la psicología de sexos a lo largo de toda la novela, que en la revista Upman toma un aire satírico, pero que en la protagonista Alba se traduce en una psicologización del investigador que yo considero un recurso asentado en las teleseries actuales. Así, su conflictivo mundo interior pasa a un primer plano, y da lugar a tramas de relaciones personales. Quizás por ello Alba Cromm se lee mejor como una renovación de la novela de género antes que como una tentativa estética de última generación. Cierto es que Mora siempre había defendido la hibridación de la literatura con la ficción audiovisual, aunque más bien desde la idea de reciclar esos códigos en literatura elevada y experimental (Fresán y Belatin serían los dos últimos ejemplos de ello que cita en Quimera 322).
Por el contrario, Quimera 322 supone un aldabonazo todas las expectativas de lectura de la primera a la última página. Se ha engañado al lector desde el propio acto de consumo, cuando creía adquirir una revista de literatura y se ha encontrado con una obra literaria personal. Descubierto el bulo, nos vemos ante un conjunto de artículos firmados por críticos y escritores imaginarios. Dicen que una sola mentira genera una desconfianza infinita. Entonces, ¿cómo podemos creer una sola palabra de Quimera 322? ¿Son sus citas reales o irreales? Más o menos se distinguen los artículos rigurosos de los fantasiosos, pero ¿cómo fiarse? ¿Hasta qué punto aceptamos una diserción filosófica sin estar persuadidos de que al menos quien la formula están plenamente convencido de su verdad? Si los autores son falsos, ¿su pensamiento también lo es? No se sabe si se adquiere conocimiento o si se consume ficción, y al romperse todas las reglas establecidas de recepción de una obra, el lector se ve sumido en una experiencia de lectura totalmente diferente, y por lo mismo, bastante divertida.
Hay un giro final en la última página de Alba Cromm que lo trastoca todo, y reduce la lucha personal de la protagonista al más absoluto ridículo. Culmina esta novela con la travesura final de un escritor cuya literatura ha ido ganando un componente lúdico que parece quitarle importancia a la gravedad con la que muchas veces se juzgan su figura y sus textos. Con Quimera 322, Mora ha dado otro salto mortal hacia la singularidad, distanciándose de la carrera típica del escritor profesional, y contagiando, una vez más, su entusiasmo por la experimentación.
gracias por el artículo, soy adicto a la Quimera en papel que adquiero cada mes.
Fue un timo. A los que compramos la revista nos timaron porque una vez descubierto el hoax, no nos han devuelto el dinero de la revista.