Mariano Peyrou ha logrado construir un sistema poético propio en apenas una década de escritura. Desde su primer libro, La voluntad de equilibrio (2000), hasta el quinto y último hasta la fecha, Temperatura voz, ha conformado una poética genuina que cada día más despierta un gran interés. Habitualmente, cuando una escritura está en vías avanzadas de desarrollo tiende a repetirse, a autoerigirse como solución a todos los problemas que salen al paso del poeta, pero en Temperatura voz no se recurre a esta manida reproducción, sino que por el contrario la inclinación está del lado del avance, de una nueva exploración dentro del territorio poético de Peyrou. Dicho de otro modo, la mirada al mundo y la reflexión lingüística no se bloquean y, con ello, ofrecen una perspectiva diversa, que necesita y encuentra nuevas formas de representación.
La tensión entre dos polos, sin ser un recurso retórico, representa uno de los ejes decisivos de su producción. En esta ocasión, la fricción más urgente es la que provoca la disputa entre sujeto y objeto. La necesidad de confluencia de estos dos elementos, aunque sea de manera fugaz y perecedera, vertebra Temperatura voz. En su exploración, el poeta necesita de nuevas formas de percepción. De este modo, ya no se impone la visión, como en sus anteriores libros, sino que la percepción acústica y sensorial pasa a cobrar el mayor protagonismo. Esta alteración conlleva profundos cambios en la forma, que hacen que el poema torne su razón de ser del sintagma a la palabra. Así, la nueva composición aquí adoptada responde a argumentos como la menor importancia del referente (descentrado y esquivo), la traducción necesaria desde las lenguas de los objetos y la relación dialéctica producida entre el observador y el observado —sin que la animación sea determinante—.
Un nuevo escenario de surgimiento de lo poético en el que se produce un impulso de negación, de inconveniencia en la relación entre sujeto y objeto. Para representar el conflicto, Mariano Peyrou recurre a una escala de gradación perceptiva —la térmica— distinta a la habitual. A finales de los años sesenta escribía Jaime Saenz:
“y por lo mismo me pregunto qué pasa en el mundo,
cuando el frío no existe y me pongo a temblar, y no escucho tu voz y el frío se está,
pues esto es muy raro:
la voz es la temperatura.”
Partiendo de una pregunta semejante por el mundo, ambas poéticas confluyen en la lectura, estableciendo así un mecanismo de gestión que no se basa en la mirada (principalmente entre lo visible y lo oculto o invisible), sino en la escucha. El poema sigue siendo un cruce de caminos, como diría Eduardo Milán, en el que elegir y retomar. Estos nuevos caminos se crean en el “cauce de lo estático” del objeto, abriéndose en el poema como correlato interior. De ahí que se lleven al poema elementos como sangre, huesos o las sensaciones de picor o calambre. Se establece, de esta manera, la forma de escritura, “la escucha antitérmica”, que necesita de la mediación-traducción. La voz como temperatura y la escucha preludio de la voz:
boca surco de la memoria
quietud habilidad de los escombros
uno a uno
toda la emergencia improbable
temple témpera pero sólo
hasta ahí
puntual el contacto murmúreo
la escucha experiencia antitérmica
una vía de entrada
demasiada quietud para el dolor
aunque lo múltiple sus trampas las pupilas
una la elección una
la voz lamiendo la temperatura sorda
a plena clínica
La temperatura no es recurso apriorístico, surge en el proceso de observación y se resuelve como vital en el de traducción, siendo necesario para dar cuenta del entramado de las nuevas relaciones:
On/off es la consigna
el pulso el marco el
secreto la posibilidad del
ritmo el cauce de lo estático
la antítesis del movimiento la
síntesis pero
en qué proporción
frío/calor y los matices
que también son el viaje
lo inscrito sobre el lienzo
lo ya dicho el pleno baile
tesis saltando los obstáculos
dialécticos hasta la oscuridad
aparente
Los textos que componen Temperatura voz aparecen desprovistos de puntuación y parecen ser fragmentos de un todo al que no tenemos acceso, con el que se acentúa la labor de la escucha y el subrayando de su carácter liminar: siempre en el principio de algo, sin necesidad de buscar un origen. En este cruce se produce la relación dialéctica entre el sujeto y el objeto, fructífero punto de tensión del poemario, que, volviendo a Saenz, provoca la “tensión ideal” como “fusión de un mirar con otro mirar”, resuelta en el azar mallarmeano. Así, se produce la demora de la acción en el empeño por rehuir del camino fácil y simple, que multiplique los significados.
Del azar de la convergencia surgen los poemas en torno a dos movimientos, primero la escucha, luego la escritura, “hay que despejar primero / luego interpretar”.
viene trae todas las preguntas
desordenadas todas las respuestas
está solo pero menos que nunca
luz de los otros
luz de los animales indescifrables
baile no baile
el viento en su cuerpo
lleva consigo todo su lenguaje
por todas partes siembra
verbo constante
respira late quema como nada
se apaga y nada más
cuando saluda dice soy
cuando se despide dice estamos
Excelente ejercicio de percepción y representación que lejos de quedarse en el reflejo multiplica las imágenes, aquí vocales, de una escritura sometida a persistentes fuerzas de intensidad contrastiva.
PABLO LÓPEZ CARBALLO