El poema envenenado no es un ensayo, o no es un ensayo y sólo eso. Alberto Santamaría confecciona algo más y acaba por firmar una poética. Una poética que rastrea los rasgos de su escritura y que intenta recorrer los hilos de sus propios poemas, hasta el momento primero, como solo los buenos poetas saben hacerlo. Muy probablemente no fuera este el propósito, pero el resultado sitúa a este libro en la órbita de sus textos. Con ello no debe entenderse que el poeta cántabro hable aquí de sí mismo, sino que al trazar esta cartografía, o coordenadas (principalmente autores del siglo XX), que es este Poema envenenado, no hay duda de que se nos muestra una forma de estar ante lo poético y en el mundo, donde poesía y pensamiento se dan la mano.
El poema envenenado es una poética de poéticas, una poética de sistemas de pensamiento; de la base de los sistemas, lo que está presente y a la vez en fuga.
El texto se desarrolla como la poesía (veneno) que describe Santamaría, entre la irracionalidad y el pensamiento, “fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo” que diría A. González, aquí descontextualizado.
Como bien hace entender el autor, el veneno no es una cualidad ni una capacidad, sino más bien una esencia. El poema sería veneno en sí; no ofrecería veneno además de otra cosa, es el propio veneno, el estado ontológico que fluctúa entre los límites de lo sano y lo enfermizo, gracias al contagio. Así, la construcción poética, “donde lo estético como espacio y lo poético como sentido se funden” en tanto que veneno es vital en sí misma y
a la vez sustancia vírica, transferida por contagio y destilada como estética.
En El poema envenenado se formulan tentativas (así lo califica el autor) de diversa índole. Una de las más atractivas es la subtitulada “Fragmentos sobre el poema y lo real”. En ella se muestra cómo el poema se adentra en lo real, sabiendo de sus limitaciones y del papel que en él juega la mirada individual, para después confluir en dos direcciones complementarias; hacia lo exterior y hacia lo interior.
Como bien nos hace recordar Santamaría, la palabra poética nace en violencia con el lenguaje y con el mundo real y es a través de esta confrontación con el mundo como se percibe la presión de lo real de la que hablaba Wallace Stevens. Situación ésta que obliga o conlleva a preguntarse por el yo; “Una pregunta y la múltiple indecisión (e indecibilidad) de la respuesta irán conformando el poema” en palabras del propio autor. Salvando en cierto modo los problemas que acarrea el acercamiento a lo real, el poeta observa cómo otros han ido forjando “una nueva realidad desde el lenguaje”.
Stevens, ante esta presión de lo real, reclamaba un sublime rebajado, una revisión de los planteamientos longinianos y una escritura acorde estética y poéticamente con la época. Por ello, se pone de manifiesto en este libro el trabajo de diferentes autores por reformular su presente y la capacidad de éstos de filtrar la violencia a través de la observación.
La violencia está presente en el mismo acto de mirar, a través de la mirada se produce la tensión, como en el poema, entre el contacto con el mundo y la propia condición de ser humanos. Con este choque surge la respuesta carnal, como sucede en Notas de invierno sobre ficciones de verano, la palabra golpea su materialización al tiempo que se reformula la memoria como presente, y lo real y lo imaginado se funden y confunden. Destaca de todo este entramado la visión personal, el acercamiento individual que ilustran estos versos de El hombre que salio de la tarta:
Mi verano es más sucio –ya lo sabes- y por eso
más hermoso, y de él apenas recuerdo
los viajes, el sudor y la lluvia a destiempo,
la piel que me entregabas, el sonido de tus
pulseras, y el replicar de tus manos al tocarme.
Ese es el verano del que yo hablo, idéntico
y tan diferente al tuyo.
En este y en otros poemas no sólo se pone de manifiesto el acercamiento subjetivo, sino que también se ofrece la tensión entre la propuesta poética y los límites estéticos imperantes. De ahí que en este poema contrasten los primeros versos con estos últimos aquí transcritos, mostrando una clara intención de expandir la expresión, de descartar convenciones y rescatar detalles habitualmente al margen del eje central. Todo ello conduce a El poema envenenado donde constantemente se trata de la superación de límites estéticos y de la reformulación de diferentes usos del lenguaje,
invirtiendo y rebasando diversos sistemas de pensamiento. Un ejemplo de ello sería el capítulo “Baudelaire y el asco. Tentativa ficción”, apartado muy bien desarrollado con un estilo amable y tentador. Idéntica situación la encontramos en la tercera parte del libro “(Algo sobre) venenos románticos”, en el capítulo “La expresión de la fractura del tiempo” de la segunda parte, o en el primero “La violencia del poema. Fragmentos sobre el poema y lo real”. Por el contrario, en otras páginas de este libro, la acumulación de citas y la superposición de ideas dificultan el seguimiento, no impidiendo aún así que el contenido se altere, ni se pierda en absoluto.
Habría que resaltar lo acertadamente que Alberto Santamaría cristaliza las diferentes aproximaciones realizadas, ofreciendo un panorama teórico-poético que porta un nuevo veneno, el propio texto del autor contra sí mismo, contra la poesía y contra lo real, en una dialéctica fructífera de la que destaca la idea de reescritura y reformulación constantes.
El poema envenenado esta en sintonía con su anterior trabajo ensayístico, El idilio americano, que nos ofrecía una maravillosa lectura del arte norteamericano, en el que Santamaría ha sabido ver la construcción de una tradición (o el despojamiento de otra) realizando además una lectura en contraste con la europea. Se establecen aquí múltiples conexiones con aquel ensayo, sobre todo a través del planteamiento estético de Stevens, que en esta ocasión se amplía en detalles y nuevos desarrollos junto a los anteriormente publicados. En esta tradición Norteamericana se han sepultado como en ningún otro sitio la utilización de categorizaciones previas para acercarse a la escritura, o más bien habría que hablar de sistemas preconcebidos, que el autor señala como rasgo fundamental en la conformación del panorama poético y artístico norteamericano, y que de alguna manera consigue traer a nuestro lado una revisión y una más que probable muestra de su uso. Así las cosas, podemos entender cómo varían los ejes constructivos del poema y que “La realidad (y su sentido de violencia) forma cada vez más parte del pulmón mismo de la escritura poética” haciendo del presente una necesidad de toda escritura.
En definitiva, la poesía combina lo racional y lo irracional en un continuo juego de cambios de paradigma y superposiciones y se construye en la tensión entre la mirada, lo real (y sus límites en permanente devenir) y el lenguaje. Un claro ejemplo, para terminar esta aproximación mía que no llega a tentativa, lo encontramos en su poema “Hombre y tarta”:
Qué diablos
hacía un hombre en una tarta
sino ser él mismo esa tarta. Allí dentro,
sin espacio y sin tiempo.
Qué hacía,
Sino esperar el grito, la sorpresa:
tomad, aquí está mi cuerpo.
Qué hacía, sino comenzar siempre de nuevo.
PABLO LÓPEZ CARBALLO