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«Cuarto de hotel», Coral Bracho

In Coral Bracho, Uncategorized on mayo 19, 2008 at 4:15 pm

Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse.

GEORGES PEREC

 

Hay lugares que se tocan/ en el filo/ de lo que somos; otros/ urden sus cauces. Hay pocas cosas que sean más triviales que un cuarto de hotel, aunque, sin embargo, estos puedan en ocasiones decir-nos mucho más de nosotros (y de nuestro mundo) que nuestra propia vivienda. Ahora bien, si lo despojamos de su fisicidad, si lo convertimos en espacio mental, en lugar privilegiado para la experiencia privada, en metáfora de uno mismo (pero de todos), el cuarto de hotel puede también presentarse como pre-texto metafórico idóneo para abordar la tiranía silenciosa del status quo actual.

 

Entendido como un universo cerrado sobre sí mismo (Bégout), el cuarto de hotel podría considerarse una suerte de antilugar o de espacio otro que, además de desmentirse en tanto espacio de espacios, permite al mismo tiempo un grado de abstracción cercano al punto cero de la existencia empírica.

 

Abordando, pues, una de las ideas clave del pensamiento moderno: el reconocimiento de uno mismo en la experiencia: la ipseidad o cierre de la sustancia, reflexionada en sí como sujeto […] el ser, a pesar de todo, sí mismo (apunte de Félix Duque en el prólogo de El Tiempo y el Otro, de E. Levinas), Coral Bracho ha elaborado un discurso ontológico cargado de escepticismo, en el que subyace un hondo sentimiento de ataraxia. Un poemario que gravita en torno a la asunción de la pérdida de confianza en el orden y en el progreso, en la capacidad de conocimiento y, como no podría ser de otra forma, en la sospecha de las verdades mal llamadas eternas.

 

No hay que acercarse demasiado

al brocal del pozo. Toma esta piedra

que contradice

a esta otra piedra que es idéntica. Aquélla

habrá que lanzarla lejos.

Cuando cae una gota se diluye la imagen.

¿Por qué, pues,

sostener ésta?

 

Fluctuando, entonces, entre los albores del pensamiento moderno y la pulsión de la era posmoderna, Cuarto de hotel configura un discurso singular y complejo que por momentos excede su propia cosmología, promocionando un nuevo modo de pensamiento y de relación -aproximación- con el mundo, más contenido y consciente, como ya apuntamos, de la contingencia (y límite) del conocimiento (y pensamiento) humano. Una conciencia que, dicho sea de paso, lejos de redimirnos, nos agita y nos convulsa.

Siguiendo en esta línea, en Cuarto de hotel se nos muestra el discurso de quien ha asumido enteramente la ilusión del entendimiento, y que por ende comprende la problemática que supone la sola pretensión de establecer un vínculo identitario entre el hombre y el mundo; una dificultad que se acrecienta cuanto más sabe uno de la inevitable necesidad de entender la realidad como constructo del aparato cognoscitivo que la interroga; cosa que también sucedería con el espacio y el tiempo, formas también sujetas a la reflexibilidad del propio individuo.

 

En este sentido, la realidad, cuyo correlato bien pudiera ser el hotel de este cuarto, no es sino una forma determinada de presencia: una forma que, al mismo tiempo que descubre su parcialidad, evidencia escrupulosamente lo inabarcable de sí misma, en tanto abstracción, se entiende, de aquello previamente considerado. Ello explicaría, por otro lado, que esta imposibilidad de conocimiento haga de la auto-reflexibilidad un acto sumamente perturbador pero que sin embargo necesita, como paliativo, ahondar en la significación de la propia experiencia. Como decía Wittgenstein, lo difícil de saberse instalado en el propio presente es saber (y yo diría, incluso, poder) hacerse cargo del mismo.

 

Estamos, pues, ante la proyección de un sujeto sobre su entorno; un sujeto que ha asumido su carácter prescindible en un mundo que se (le) re-presenta arruinado e inconstante, como bien muestra la transición, a lo largo del poemario, de ese primer espacio de encierro hacia un siguiente espacio, ahora abierto, en el que, dada la vinculación hombre-mundo ya antes aludida, se ve inmersa la idea de muerte (y con ella, el fin del tiempo y del espacio). Como consecuencia de esto mismo, el sujeto toma firme conciencia tanto de su existencia: sin mi consentimiento alguien/ me tiene ahí […] no encuentro el modo de salir del hotel, como de su inevitable pérdida de consistencia: si no fuera por uno que otro niño que en ocasiones/ voltea y sostiene nuestra mirada, dudaría/ que estamos aquí.

 

Y entre ese instante volviéndose.

Por otro lado, y aunque esto sirva sólo como apunte, sería interesante preguntarse por la división espacio-temporal de este poemario, dispuesto como aparece en seis capítulos o transiciones cuya función, podríamos decir, sería la de reafirmar la idea deleuziana del tiempo como categoría estratigráfica (poseedora de más dimensiones que el espacio, y capaz de dar forma a series distintas): un abismo: la interioridad en que nos movemos. Por eso habría que partir de la soledad, entendida como el acontecimiento en el que se cumple toda la soledad del existente […] toda la intensidad de su vínculo consigo mismo, para entender que el tiempo no puede ser ya tratado en términos de trascendencia ni de eternidad. Se es en soledad, por mucho que uno esté rodeado siempre de otros objetos y seres, y en constante interrelación con los mismos.

La soledad, en este sentido, debería ser entendida como la unidad indisoluble entre el existente y su acción de existir (como matiza E. Levinas), un asunto muy ligado, por otro lado, a otro de los ejes fundamentales de este poemario: el lugar de la palabra en la economía general del ser: una búsqueda de la que se desprende un sentimiento primitivo, anterior a nosotros mismos, y siempre un poco conmovedor.

 

 

comenzaban a llamarte las piedras, respiraban,

sus numerosos rostros, su palpitar

gesticulante,

desde los muros. Veías

la entrada de la cueva y sabías. Tótems

fundiéndose. Una

respiración sobre otra. Es para ti.

 

 

 

 

 

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