espacio de crítica literaria y cultural

A quien corresponda. Pedro G. Romero y «Las correspondencias»

In Pedro G.Romero, Uncategorized on marzo 30, 2010 at 7:46 pm

El entramado financiero instituido por la incipiente clase burguesa, en los albores del Renacimiento, parece seguir haciéndose presente, como si de un fantasma se tratase, en la Venecia del último libro de Pedro G. Romero: Las correspondencias. Un singular tejido de relaciones sociales, —que ya son sinónimo de transacciones económicas— patentes en una ciudad occidental contemporánea, son recogidas en este texto a modo de “correspondencias” entre algunos de sus habitantes.

En principio, no se aprecia una vinculación argumental clara entre unos y otros protagonistas, más allá del trato directo que todos ellos mantienen con el dinero. Pero, según se avanza en la lectura, comienzan a hacerse visibles los hilos que tejen esta red urbana, precisamente, gracias a que también afloran algunos de los problemas o situaciones originadas, cuando el capital predomina sobre todas las demás esferas del sujeto, tanto individual como colectivo.

Un tesoro de antiguas monedas, préstamos, presupuestos, economía política, hallazgos tecnológicos que minimizan el gasto de producción, apuestas, envío de efectivo, el dinero inunda de este modo, las calles de esta ciudad edificada sobre canales. Por ello, en lugar de hacer uso de un discurso aleccionador y fatalista, estas correspondencias sirven para alertarnos del papel omnipresente y omnipotente que la economía ha adquirido en la vida cotidiana de nuestras sociedades. Ya no sólo nos encontramos con que todo se compra y se vende y con que el valor de uso ha quedado eclipsado por el de cambio, sino que además asistimos al hecho de que cualquier estructura, lenguaje o relación social parece haber quedado subsumido bajo las leyes del mercado.

Entonces, ¿por qué es de carta la forma que adoptan estos diálogos ciudadanos? pues porque, como bien se hace notar y refiere explícitamente en el libro, éstas mantienen cierto parentesco —material— con los billetes, el dinero, y las cartas de pago, que no posee, por ejemplo, el correo electrónico (únicamente utilizado por los miembros de esta comunidad cuando quieren hablar de temas banales o evitar cualquier inspección o lectura externa). Y también debido a que con ellas, la obra, se está haciendo eco de tres textos —incluso, llegando a «transponerlos»—, a los que considera claves para su propio funcionamiento: las Cartas luteranas de Pier Paolo Pasolini, las Cartas desde la cárcel de Antonio Gramsci y Querido Miguel de Natalia Ginzburg. En este sentido, es de agradecer que en una época como la actual, donde el egocentrismo y el narcisismo más irrelevante dominan sobre cualquier otro tipo de contenido dialógico, Las correspondencias, que se sabe cruce de vías, remita a otros textos u obras ciertamente imprescindibles.

Parte de una estructura más amplia como es la de «La comunidad inconfesable», que a su vez se inscribe dentro del Archivo F.X. —proyecto desarrollado por Pedro G. Romero como fondo documental—, éste y el resto de los textos que componen dicho conjunto ahondan en el complejo entramado que la cultura globalizada ha creado sobre los pilares, ya desiguales, del conocimiento, la sociedad y el capital. Enmarcada dentro de la 53ª edición de la Bienal de Arte de Venecia, en la que comparte espacio con «Las Lamentaciones» —excelente pieza sonora que orbita, del mismo modo, sobre la simbología pecuniaria—, la propuesta llevada a cabo en Las correspondencias utiliza este espacio dedicado al arte contemporáneo para examinar algunas tendencias a las que, parece, ya nos hemos acostumbrado:

«¡Es tan clara la conexión entre nuestro ridículo imperialismo en África y nuestra imagen del progreso! Incluso escaparates, como esta nuestra bienal de Venecia, muestran a las claras que no son más que el pálido reflejo de nuestra maquinaria colonialista. El tipo de «pluma» que adorna nuestra misión en África es el mismo que ondea en el mástil de nuestros pabellones. Tendremos que empezar a valorar esta «pornografía» del fascismo, este mostrarnos nuestra realidad a las claras, sin retóricas.» (p. 32)

El dominio, la desigualdad o la injusticia aparecen ante nosotros, cada días más, de manera cruda y evidente, sin que por ello advirtamos su inevitable avance. Un diagnóstico similar al de «La Cuestión Meridional» de Gramsci, tantas veces mencionada en este libro, y totalmente vinculado al problema del individualismo mercantilista resaltado en estas cartas.

Uno de los personajes que tejen esta retícula social es precisamente un senegalés, francoparlante (su lengua materna), que de una manera más o menos perceptible irá cruzándose por las tramas planteadas en el libro. En una de las cartas finales, éste parece ser el autor de cierta nota dirigida a uno de los integrantes de esta comunidad postal, en la que le solicita el préstamo de algunos libros, con los que darle a sus lecturas «un sentido práctico». Los volúmenes en cuestión son: los tres, ya citados, de Pasolini, Gramsci y Ginzburg (editados por Einaudi; casa de muchos de los pensadores de izquierdas más importantes de comienzos del S.XX) y otros textos, algunos clásicos, de Historia y Economía política. Así, y con tal afirmación de fondo —«un sentido práctico»—, será este exiliado (el chico ha tenido que huir de París, perseguido por la policía y siguiendo los pasos, por lo que parece, de la generación anterior a él), un subalterno, quien se proponga cumplir con la función del intelectual gramsciano.

De este modo, los nombres y apellidos, algunos con claras reminiscencias a personajes históricos, de los autores de estas correspondencias acabarán por diluirse en el conglomerado de signos lingüísticos que componen una cultura, ya homogenizada por las lógicas del mercado:

«Yo podré tratar de descalabrar, o al menos de poner en duda, lo que te enseñan tus padres, maestros, televisiones, diarios, internet y, sobre todo, los chicos de tu edad en la calle. Pero soy completamente impotente contra lo que te han enseñado y te enseñan las cosas.» (p. 58)

Una última consideración que trastoca casi todas las terapias, normalmente propuestas, para una sociedad enferma. No hay, pues, curas milagrosas, sino simplemente un nuevo mirar y sentir de eso que muchos han llamado «cosas».

ROSA BENÉITEZ.

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