El discurso novelesco se halla siempre en constante diálogo con la idiosincrasia imperante de su época, tanto cuando participa a su favor, contribuyendo a su legitimación y enriquecimiento, como cuando solo busca el entretenimiento, la evasión blanca que implica una complicidad. De ahí que, desde el triunfo de los valores de la Revolución Francesa, se tenga especial aprecio a la literatura contestataria, aquella que cuestiona, desestabiliza y trata de destruir los valores establecidos, atacando la base ideal que luego se materializa en formas de sometimiento. El activismo consiste en gran medida en una labor de nominación, en hacer explícitas las verdades ocultadas por la represión moral y política, liberando así al lenguaje de su secuestro. Con la expansión ilimitada de la libertad de expresión en las sociedades avanzadas vivida en los últimos años, podemos decir que ese programa contestatario del arte ha sido un rotundo éxito. Son muchas las democracias donde los valores de la igualad, el reparto, etc, han sustituido como base ideal al viejo sistema que servía de sustento moral al poder, si bien éste ha mantenido, por supuesto, toda su vigencia material, pero ya privado de cualquier altura filosófica, visto como una aberración por una gran mayoría de la opinión pública, que lo ataca constantemente.
En el viaje al centro de los grandes bloques políticos y, por arrastre, de sus minorías más pedestres, el triunfo retórico del sistema de valores progresista ya es un hecho. En este contexto surge la llamada “corrección política” que, lejos de limitarse a ser un fenómeno que cambia un puñado de expresiones, se ha acabado convirtiendo en la idiosincrasia más influyente de todos los discursos del momento: desde la política, los medios periodísticos y entertainment, al cine y la literatura. Fundamentalmente, esta es la fantasía en la que se sustenta: si hacemos triunfar un lenguaje de igualdad (tolerancia, respecto, etc), habremos implantado virtualmente estos valores en la sociedad. Para tal triunfo, no solo se pretende la erradicación de toda forma de lenguaje que denote idiosincrasia del viejo orden, sino que se inventan todo tipo de formas de censura y desambiguación ideológica, en cuya creación los creadores están teniendo un papel crucial. Puede observarse aquí la inversión producida: una vez arrebatada a las fuerzas conservadoras, la censura es reutilizada por las fuerzas progresistas para la sincera búsqueda del bien social.
La influencia de la corrección política en los novelistas y ensayistas españoles es tan grande como cabría esperar, sobre todo, entre los asalariados de los brazos mediáticos de los partidos que la consideran uno de sus mayores legados. Sus excesos estigmatizarán la literatura del s. XXI, al igual que la excesiva fe en el progreso industrial y el avance de las naciones ha vuelto hoy ridículos muchos textos del s.XIX. Hasta entonces, se impone en el narrador el deber de reafirmar en sus tesis finales, disipando cualquier ambigüedad, estos valores que, pese a la creencia de los más fatuos activistas, ya no son los reaccionarios, sino una versión para todos los públicos del progresismo. Finalmente, toda novela, película o discurso público ha de responder ante los referentes morales por excelencia del siglo XXI: las víctimas. La corrección política está fabricada 100% a medida de las víctimas, tanto para su legítima satisfacción y reparación, como para su subrepticia ocultación y sometimiento.
Ese es el contexto en el que hay que entender Providence, la última novela de Juan Francisco Ferré. Por su envergadura (casi 600 pags), su amplitud de sentidos y su ambición, he prescindido de hacer un repaso de sus contenidos, para intentar reforzar una idea: según mi conocimiento, es la respuesta más completa y contundente que ha dado la literatura al fenómeno de la corrección política en la actualidad. Teniéndola por una de las mentalidades dominantes en las sociedades avanzadas, entiendo que la importancia estratégica de la novela de Juan Francisco Ferré es enorme. Instalado en una zona de la muerte, objetivo potencial de trincheras ideológicamente contrapuestas, Ferré libra su guerra personal a través de una voz narradora que se desdobla en personajes y textos diversos, pero, sobre todo, toma forma a través del protagonista Álex Franco, director de cine español y profesor de una universidad en Providence, USA, viva encarnación de un tiempo caracterizado por la pujanza de vocaciones creativas, la proliferación masiva de “personalidades” y su consecuente devaluación. El carisma de Franco reside en su libertad para dar rienda suelta a sus prejuicios y abusos narcisistas; su abierta misoginia y su reducción de las mujeres a objetos sexuales; su desprecio por la inferioridad en todas sus variantes, pero sobre intelectual y artística; su búsqueda del beneficio personal por encima de cualquier otro valor y a través de cualquier medio; su rebeldía inclasificable en cualquier militancia conocida, que le llevan a enfrentarse a todo y todos, pero con especial inquina, a aquellos que se toman por sus semejantes.
Como alegato total en contra de la corrección política en todas sus variantes, el consumo de Providence puede provocar en el lector la sensación de haber despertado de un hechizo que mantenía sus lecturas actuales sometidas a una subliminal forma de censura; la auto impuesta por los escritores –a menudo inconscientemente- para mitigar sus íntimos prejuicios, odios, miserias, deformaciones, eliminando cualquier ambigüedad en el sentido final de sus textos que pueda hacerlos sospechosos de disidencia de la causa global a favor de las víctimas y la armonía social. En Providence, el propio narrador será el centro de una corrosiva exploración intelectual del mundo a través de sus defectos; frente a la exaltación de lo positivo como dopaje entusiasta para subsanar las diferencias, Providence devalúa al género humano y la realidad a través de un trabajo de desmitificación que destruye cualquier halo de idealismo. Tal procedimiento está lleno de poesía, y procura en la prosa de Ferré pasajes absolutamente geniales. Si la sublimación consiste en extraer del objeto las esencias que sirven para elevarlo, el logro de la devaluación de Ferré es resaltar la verdad ácida que rompe el hechizo, el encantamiento de las cosas, y devuelve la percepción a un realismo degradado, destapando las vergüenzas, denunciando la bajeza que late tras cualquier acto grandilocuente. El hecho de que la crítica de Providence se centre a fondo en dos grandes instituciones de sublimación de nuestro tiempo (el cine y la universidad), resulta de lo más atractivo. Hay obras que hacen literatura, que deben trascender de la vida mortal que hoy les depara la sociedad de consumo. Ojalá sea así con Providence, que merece sin duda toda la atención que puede brindarle a un libro el paso del tiempo.
Se echan de menos un par de cosas en esta crítica: una, es la corrección ortográfica y estilística a las que nos acostumbra Afterpost. Por ejemplo: el artículo se abre con un «haya» del verbo «hayar», imperdonable en un profesor de lengua española. Hay otras, como el abuso de «idiosincrasia» -hasta tres veces- más tolerables, pero discutibles en su utilización y otras que son mero despiste («deben trascender de la vida mortal», ¡como si hubiera vidas inmortales!)
La segunda, más importante, es la estructura, el hilo crítico, el motivo por el cual el crítico expone porqué uno puede y quizá debe leer Providence. Porque el artículo se extiende durante los tres primeros párrafos en una cantinela que nada tiene que ver con Ferré o su libro, y que se ha convertido ya en un topos demasiado frecuente en cierto tipo de crítica, un común denominador demasiado común con el «altermundismo», rollo Naomi Klein y acólitos de ciertos sectores progres de la hispanidad más española. Expresiones como «La influencia de la corrección política en los novelistas y ensayistas españoles es tan grande como cabría esperar, sobre todo, entre los asalariados de los brazos mediáticos de los partidos que la consideran uno de sus mayores legados», será muy aplaudida por los nostálgicos de la época ideológica y aquellos que detenten su parcelita de poder mediático. Hoy son de una miopía incomprensible en un mundo hiperconectado, hiperglobalizado, hiperposmoderno, hiperlíquido. El «ellos, los que tienen el poder y manipulan» y el «nosotros, que resistimos y nos damos cuenta» es, como poco, ingenuo. Insisto, todo esto poco nos dice de Providence.
Pero lo peor de todo es cuando el crítico, ni corto ni perezoso espeta eso de que «por su envergadura (casi 600 pags), su amplitud de sentidos y su ambición, he prescindido de hacer un repaso de sus contenidos, para intentar reforzar una idea: según mi conocimiento, es la respuesta más completa y contundente que ha dado la literatura al fenómeno de la corrección política en la actualidad.» ¡Hasta ahí podríamos llegar! ¡No bastaba con poner a parir la corrección política, fruto precisamente de la pereza y la inercia intelectual y política, de una mecánica periodística autoindulgente y autofagocitadora que, llegados al punto de ponerse con la obra declara, sin asomo de vergüenza, que «ha prescindido de hacer un repaso de sus contenidos»! Qué será lo próximo: «¿No me lo he leído pero es muy bueno?»
Es una gran decepción leer una crítica como ésta, sobre todo en Afterpost. Todos esos vanos elogios a Providence (¿la mayor virtud de esta novela es construir un personaje misógino, megalómano, una especie de Risto Mejide literario?) no hacen sino afear una buena obra y a un autor intersante, y poner en entredicho al crítico que las realiza, atento quizá, a ir construyendo poco a poco su espacio literario que a preocuparse un poco más por afinar su proceder crítico.
Estimado Carlos,
Gracias por un comentario tan completo. Tenemos la costumbre de hacer dos revisiones de corrección y estilo al texto, la del autor y la de otro miembro de Afterpost, pero siempre está bien que alguien le dé otro buen repaso, porque a veces se nos pasan cosas. Queda corregida la falta del verbo hallar, y pendiente mi visita a alguna rancia e inmaculada institución de la sacrosanta lengua española para suplicar ese perdón que con tanta severidad me niegas.
Dado que te atreves a realizar juicios sobre mi ética como crítico, entiendo que conoces bien mi trabajo y por ende este blog. Entonces, habrás podido observar que en su cabecera reza “espacio de crítica literaria y cultural”, y el punto 3 de nuestra definción como colectivo, “análisis creativo y búsqueda múltiple de sentidos en la obra artística”. Nuestros textos siempre hablan sobre libros, es cierto, pero escribimos con total libertad para desarrollar temas culturales a raíz de nuestras lecturas, de manera que a veces el contexto nos sirve para explicar mejor un libro, y otras el libro nos sirve para reflexionar sobre un contexto. Tu confusión quizás se deba a haber presupuesto que, en este blog, habíamos asumido como obligadas las envaradas formas de un hipotético género -el género crítica literaria- que nos forzaría a ceñirnos al rol de plumillas industriosos al servicio de un escritor o una obra. Es un error. Y sobre todo en este caso, ya que Providence ha tenido muchas reseñas, es un libro con cierto tiempo en el mercado, y ya ha sido debidamente presentado por muchos antes. Escribir sobre un libro en un blog no es clamar en el desierto. Ese mundo hiper…todo al que aludes, precisamente, tiene la virtud de generar redes de textos en Internet que se suman y complementan para formar un único hipertexto en torno a un tag que, en este caso, es Providence. Para mí ya no tenía sentido ofrecer la trigésima novena reseña-resumen general sobre esta obra, sino aportar un enfoque más específico, creativo y libre, en total consonancia con el espíritu de este espacio.
Pienso en el Calígula de Camus, en Ignatus J. Reilly de Kennedy Toole, en el patriarca otoñal de Márquez, en el Fausto de Goethe… y no entiendo en qué sentido podría afear la obra un análisis de sus defectos, de sus bajezas morales, de la complejidad humana que precisamente hace admirables estos personajes como construcciones literarias. He disfrutado con Álex Franco y con la sátira explícita que el autor hace de su egoísmo narcisista (p. ej: línea 13, pag 513), así como de su ajusticiamiento simbólico ( p. ej: línea 16, p 455). Por espacio e interés, me centro en ese aspecto entre otros que podría haber destacado. Aunque mucho me temo, Carlos, que cualquiera otra elección no me hubiera ahorrado tu reprimenda. Saludos cordiales.
Muy buen trabajo, Miguel, y también respuesta. Centrándome en tu cita del ajusticiamiento simbólico -fué ahí donde me acabaron de cuadrar las intenciones del autor; exactamente al final de ese capítulo: Vade retro , Sam Peckinpah. Alucinante pues unas páginas antes Franco había estado haciendo una apología de Spilber-no voy a molestarme en escribir correctamente su nombre- en la que se había atrevido a incluir la gorra de Sam -estuve a punto de abandonar la novela en ese momento- y me alegré de que mi paciencia fuera recompensada con las tribulaciones que con tanto acierto señalas.
Gracias por tu comentario, oveja negra, nada descarriado 🙂 Son pocos los autores que resisten la tentación de volver carismáticas sus personalidades literarias, y muy pocos los que se deciden a explotarlas en toda su complejidad, también con sus defectos. Como lectores, nuestra tendencia es empatizar con los protagonistas, a simpatizar con ellos y querer su bien. En este caso, nuestra satisfacción como lectores al leer lo del ajusticiamiento, daría muestra de lo contrario, ¿no crees? «Antipatizamos» con el protagonista, que más bien se vuelve antagonista, y por ello disfrutamos con su ajusticiamiento. Si algo me gusta de esta obra, es su falta de concesiones al lector. Saludos
Gracias Miguel por tu excelente critica a la novela de Ferre. Coincido plenamente en la estructura de la novela se construye desde una decidida voluntad desmitificadora de las convenciones narrativas con la que los medios de comunicacion dotan de sentido a las llamandas «politicas de identidades».
Sin embargo, creo que paralelamente a esta cuestion deberiamos analizar el rol del narrador en relacion a lo narrado (a los eventos, el material fabulativo que contiene la novela. la ciudad de Providence, sus espacios y habitantes). El narrador de Providence, agota un repertorio de tecnicas narrativas, de modos de narrar,cuyo objeto es crear un sentido de distancia entre lo representado y su percepcion. Se trata de una estrategia narrativa destinada a generar una posicion de juicio sobre lo narrado: la caotica y fragmentada narracion de la vida cotidiana en un campus universitario en Estados Unidos de un «alfredito Landa version intelectuloide», encuentra su sentido etico-literario en el lugar comun de las narrativas «testimonios» de «la degradacion del American Dream». En este sentido la narracion de Ferre no escapa el espacio de los lugares comunes o de lo politicamente correcto: hoy en dia no hay cosa mas politicamente correcta que irse a Estados Unidos para testimoniar su decadencia. Vade retro «no hay marcha en Nueva York.
La experiencia del narrador es un simulacro de experiencia. Se limita a reproducir la deformada imagen «intelectual europea de Estados Unidos. Sus lugares comunes sin tocar el marco real que sostiene el edificio del «american Dream», el litigoso, y fluido territorio de las creencias, sensaciones o fabulaciones que uno experimenta cuando pisa su suelo, habla con los autoctonos, intercambia fluidos con las nativas, o simplemente comparte musicas, experiencias, historias con «este otro».
Creo que este aspecto de la novela de Ferre vale la pena explorarlo. Pongamos por ejemplo, su experiencia sensorial con la musica country sentado en el coche con un nativo que ha invitado al narrador a escuchar la cancion country «because of you» de Kelly Clarkson.
«Por culpa tuya, Kelly y de las que son como tu, este americano desgraciado y este paria extrajero nos hemos avergonzado de nuestras vidas y hemos llorado en silencio dentro del coche por cosas sucias que no haciamos y situaciones terribles que no padeciamos hasta que el sentimiento de orfandad se apodero de ambos y nos dejo sedientos de amor mientras afuera todo el mundo que pasaba nos miraba con extranha simpatia creyendo que eramos dos gays adultos que se separaban amistosamente tras anhos de polemica convivencia.»
Ciertamente el encuentro con el otro, queda mediado por un regimen sensorial que no puede ser «objetivizado» por el lingo sociologico del narrador. Este parrafo describe una experiencia «sublime» aunque no sea en el tono tragico de la «elevacion a categoria del ser qua experiencia» sino en el efecto contrario de descenso o materializacion de un regimen de sensaciones equivoco, extranho que cierra el marco representacion al clausular la necesaria distancia critica entre lo observado y quien lo observa. En este breve parrafo, se manifiesta un deseo del narrador de mezclarse igualitariamente con el fondo representativo que lo rodea. La narracion deja de ser descriptiva o enjuiciativa abriendo la posibilidad de la fabula: la cancion propulsa un deseo de fabular, de narrarse dentro de un espacio no propio, sin distancias o jerarquias pre-asumidas: el interior de un coche cuyo propietario no conocemos del todo y expuestos a la mirada y el juico de cualquier transeunte ocasional. El narrador se transforma en material «especulativo» para todo tipo de chismes, cotilleos o cuentos para todo aquel que pasee su mirada curiosa por el interior del coche.
Toni, gracias a ti por su excelente aportación. Son esta clase de comentarios lo que acaban convirtiendo un post en un trabajo colectivo y plural. Curiosamente ahora estoy leyendo, Mar Gruesa, un libro de Martin Amis que contiene relatos donde personajes británicos se las ven en Nueva York. Como en Ferré, todo está altamente caricaturizado, y es también significativo de ese encuentro que señalas entre el intelectual europeo y la realidad norteamericana. Saludos.