espacio de crítica literaria y cultural

«Boxeo sobre hielo»: la juventud fragmentada

In Mario Cuenca Sandoval, Uncategorized on diciembre 2, 2007 at 11:17 pm

boxeo

¿Qué es la juventud? Para empezar una palabra que hace viejas las bocas de quienes la pronuncian, porque un joven jamás la usaría para referirse a lo suyo. Hablar de los jóvenes implica aludir a un cosmos diferenciado del propio, del que se es capaz de distanciarse lo suficiente como para reflexionar. Así uno descubre un día lo que le llevó a apasionarse por una determinada música, unos determinados viajes, unas determinadas historias, en ese momento de la vida en que un solo libro o una canción pueden cambiar nuestra manera de mirar el mundo. Al leer Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007) he vivido esa extrañeza; la de tener entre mis manos algo que correspondía a la perfección con esos gustos míos de juventud, que ahora no puedo evitar mirar con cierta nostalgia.

Hay algo compartido entre, por ejemplo, Rayuela y Trainspotting, Jim Morrison y la Naranja Mecánica, Baudelaire y los Beat, que hace que una generación tras otra vuelva a invocarlos como parte esencial de su identidad. Mitos y personajes comparten el mismo deseo de una vida vertiginosa, la necesidad de una intensidad emocional que, a través de la violencia o el éxtasis, los sitúe en el centro absoluto del instante. En Boxeo sobre hielo, Mario Cuenca Sandoval vuelve a trasladarse a esa experiencia; los habitantes de su novela emprenderán el viaje sin retorno que agotará su esencia y luego desaparecerán o se convertirán en carcasas vacías, imágenes fantasmales de un destino colmado en toda su tragedia, solo recuperable a través de la memoria.

El encargado de hacerlo será el hijo de los dos protagonistas; su padre, el Loco Larretxi, es un célebre boxeador con una atribulada vida interior, incapaz de integrarse en el sofisticado mundo de la jazzista Margot, musa de un reducto de la psicodelia en el sombrío Madrid del tardo franquismo. Entre ambos surge un amor imposible que enfrenta no solo a dos personalidades sino a dos imaginarios difíciles de conciliar. El Loco se nos presenta como un calco bastante aproximado del boxeador consolidado en la tradición fílmica, salvo por algunos matices originales (como su tendencia a mentar dioses hindúes de séptimo nivel), mientras que Margot aparece como la idealización blues del músico etéreo, en perpetuo estado de inspiración, que personalmente identifico con la versión del artista que propagan medios promocionales como el video clip. Lo que se anuncia aquí no es tanto una falta de verosimilitud, sino el deseo del autor de construir directamente desde relato ficticio, tal y como él mismo aclaraba en una entrevista publicada la pasada primavera en la revista El coloquio de los perros: «con todo respeto: no me interesa el boxeo como deporte ni como realidad social. Me interesa el boxeo como territorio mítico, estético. Me interesa el boxeo en el cine y el boxeo en la literatura. No me propuse plasmar una imagen “realista” del boxeo español; no hubiera sido difícil documentarse al respecto. Pero preferí ese boxeo mítico, etéreo, irreal (sobre hielo) del que se habla en la novela.»

Deberíamos preguntarnos si esta falta de interés por la veracidad no denota una superación definitiva del realismo en la nueva sensibilidad literaria. Si, como ya anunció Lyotard, hemos llegado al fin de los metarrelatos y todo discurso histórico se revela como ficticio, puede que la misión documental de la literatura carezca ya de sentido. La mera transliteración de los hechos no debería ocupar a un medio que ha de reafirmarse en su valor interpretativo, frente al avance de las nuevas técnicas audiovisuales destinadas a reproducir sin contar. A menos, claro, que uno quiera vender libros.

El caso de Boxeo sobre hielo será extremo; los personajes habitan el espacio virtual construido por la proliferación de narraciones literarias, fílmicas, históricas, publicitarias o informativas, las mismas que hoy día se interponen entre el individuo y su experiencia directa de conocimiento. Como cada vez conocemos más a través de la versión y no de la experiencia, es lógico que la literatura acabe tratando de la propia versión y reelabore una y otra vez ese cosmos autónomo. Hay momentos, ambientes y personajes en la novela de Cuenca Sandoval que nacen y mueren en el espacio ficticio, como copias que han suplantado al original en la cosmovisión del nuevo lector. El Madrid de los años 70, la cultura de la psicodelia, los escenarios del género del cine de boxeo o los suburbios de París en los años previos a las revueltas raciales de 2005; nada se reconstruye en la novela desde las fuentes originales sino desde el relato de la cultura.

El juego no es exclusivo de nuestro tiempo, pues la literatura siempre ha bebido de la literatura. Lo realmente innovador es que el público en general absorba tal cantidad de relatos periodísticos, narrativos o publicitarios, que estos hayan cobrado más importancia en nuestras vidas que la experiencia directa. La nueva novela también se ha convertido en un espejo de esta nueva forma de conocer a través de esos miles de pequeños relatos que van asaltándonos cada día sin solución de continuidad. Boxeo sobre hielo sigue la senda de obras como Mantra o Nocilla dream – por citar algunas de la literatura en español – que deconstruyen la historia lineal en un transcurso de fragmentos donde las tramas principales conviven con contenidos independientes, que vienen a sumar significado pero no argumento. La brevedad de muchos de ellos, que no sobrepasan el párrafo o la línea, provoca en el lector una interesante sensación; si el punto y aparte deja flotando la última frase, el fin de capítulo deja flotando el último párrafo. Y cuando la novela entera se compone de pequeños capítulos, la novela entera flota. La fragmentación permite disfrutar una y otra vez del estruendoso vacío que llega tras la cesura, abasteciendo de profundidad lo dicho, a menudo no tan vital ni profundo como su eco en el silencio.

El caos resultante también puede estorbar a algunos nostálgicos; las impecables lógicas de la novela tradicional son denostadas porque la novela fragmentaria no siempre trabaja a nuestro favor sino también en nuestra contra, obligándonos a reconstruir y a asociar los materiales que se suceden en un orden aparentemente caprichoso. Mario Cuenca Sandoval llevará esta guerra contra la causalidad hasta sus últimas consecuencias, a menudo bordeando los límites de la mala calidad literaria; hay cierta falta de respeto por la coherencia de sus personajes, bastante más ilustrados de lo que les correspondería por naturaleza; se introducen pequeños ensayos que no acaban de justificarse y a mitad de camino la novela pasa de una narrativa de acción a la literatura del yo, mucho más introspectiva. Pero el regusto final es que Boxeo sobre hielo camina en la misma dirección que algunas de las obras más innovadoras de la literatura en español de los últimos años, y que son estos ejercicios de riesgo los que suman para el avance de las artes.

Hacia el final de la novela, Cuenca Sandoval recoge unas líneas del diario de Scott, el líder de la expedición que coronó en segundo lugar el centro geográfico del Polo Sur:

“¡Dios mío! Este es un lugar horrible, más horrible aún tras haber trabajado duro y no recibir al menos la recompensa de ser los primeros”

Afortunadamente, en el caso de la literatura, los segundos también deberían tener recompensa.

Miguel Espigado.

  1. Boxeo sobre Hielo es una de las mejores novelas que se han publicado en este país durante este año, cuesta trabajo creer que sea su primera obra. Muy recomendable, con momentos de auténtica intensidad no ya literaria sino fisiológica, la escena del test es memorable. Buen poeta, mejor novelista.

  2. No es una buena novela solamente: es la novela que se deberia leer, mostrar, estudiar, para todos aquellos que querriamos fabricar una.

  3. Si es buena. Algunos momentos son durillos, muy filosoficos. Pero engancha

  4. […] Los escenarios se construyen a partir de los relatos que la misma cultura, entiéndase medios de comunicación y demás “cuenta cuentos”, y no de la experiencia de los autores o de los lectores. A su vez, no sólo las referencias culturales pasan a formar parte del nuevo relato, sino que los iconos históricos, también entran dentro de la categoría de referencia argumental, es decir, la historia se convierte en un instrumento de la ficción, o lo que es lo mismo, la historia es ficción, como señalan en afterpop. […]

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